El domingo de ayer se realizó con gran éxito el operativo: Empleada Audaz, consistente en el desplazamiento masivo de empleadas domésticas hacia las exclusivas playas de Asia, consideradas símbolo de la discriminación. Lea líneas abajo la amena crónica que al respecto escribe Wilfredo Ardito así como un vídeo sobre el acontecimiento ubicado en el sitio YouTube (dar un cliq aquí).
Un día de playa para la historia
Por Wilfredo Ardito Vega
-Ahora damos todos tres pasos hacia el mar –digo yo siguiendo las últimas indicaciones.
-¡No, hasta el fondo! –gritan tres chicas vestidas como trabajadoras del hogar, arrastrándome porque estamos todos tomados de la mano en una interminable fila.
-¡Cuidado, una ola! –exclamo, pero es demasiado tarde y termino con el agua hasta el cuello.
Mientras intento reanimar a mi pobre celular, que se convierte en una de las bajas del operativo Empleada Audaz, centenares de chicas y señoras uniformadas de azul se arrojan al agua una y otra vez.
Una avería en el kilómetro 35 de la Panamericana Sur hizo que nuestro ómnibus fuera el último en llegar a Asia. Una vez allí, preferí seguir el camino a pie para llegar más pronto ante la tranquera donde tan sólo el domingo anterior, a un amigo mío y a su familia los vigilantes les habían impedido continuar aduciendo que la playa de Asia era sólo para residentes.
Llevaba conmigo la ley 26856 y mi carnet de abogado, pero nada de eso fue necesario, porque ante mis demás compañeros, la prensa, los integrantes de la Defensoría del Pueblo con sus chalecos azules, los Fiscales de Cañete con sus cintas blancas y la custodia policial, los vigilantes prefirieron encogerse de hombros y permitir que la multitud y los vehículos continuaran la marcha hacia la playa.
Mientras caminábamos en medio del gentío, me decía un periodista: Lo que ocurre en Asia indigna a muchas personas. Sólo faltaba dar el primer paso. El día anterior un artista de Barranco había comentado a unos arquitectos españoles que se sumarían a la movilización: No sólo son lamentables tantos abusos, sino que los demás peruanos seamos tan pasivos al respecto. Pero felizmente, ayer domingo, la pasividad se había roto, porque la multitud gritaba:
-¡La playa es de todos y no de los racistas!
Un grupo de chicas uniformadas coreaba:
-¡Somos empleadas y somos ciudadanas!
Cada vez se sumaba más gente y, cuando estábamos por llegar a la playa, parecía que todo terminaría en un desorden y confusión. Logré llegar a la primera fila y les pedí a Gisella Valcárcel y Fernando Armas que esperaran un poco las instrucciones sobre cómo nos desplazaríamos por la orilla. No sé por qué los tuteaba, si sólo los conocía de la televisión y no sé por qué me hacían caso, porque ni siquiera me presenté. En ese momento alguien decidió entonar el Himno Nacional y este gesto espontáneo otorgó la solemnidad y el orden que se necesitaban.
Un momento después, ingresaba a la playa una larga hilera de activistas tomados de la mano, ya sin gritos ni arengas. Mientras mi amigo antropólogo Marco Aurelio Lozano y yo intentábamos ordenar la fila, yo tenía la alegría de encontrar en ella a muchos amigos míos, pero también a muchas personas desconocidas, todos ellos de buen humor.
Varias veces, mientras la cadena humana se extendía por la playa, llegué a pensar que no terminaría nunca y, sólo en ese momento, comprendí cuánta gente había respondido a lo que hacía menos de un mes parecía una idea absurda de tres o cuatro soñadores: frente al racismo más indignante, proponer un gesto pacífico y silencioso. El momento en que la cadena ingresó al mar ante los desconcertados veraneantes resultó muy emocionante.
¿Qué es lo que sigue ahora? Exigir que se promulgue la ley que sanciona con pena de prisión la discriminación en el acceso a las playas y que dispone que los accesos libres se ubiquen cada 500 metros.
Al mismo tiempo, resulta fundamental tener conciencia que los malos tratos a las trabajadoras del hogar están presentes en todo el Perú, a veces contra toda lógica: en muchas casas se les reserva platos, tazas y cubiertos distintos... como si fueran seres impuros en una sociedad de castas, y luego las impuras están en permanente contacto con los niños pequeños. La semana pasada, visitando la playa en que se desarrolló la protesta, causaban pena tantos niños pequeños cuyos padres no jugaban con ellos, encomendándoselos a las uniformadas empleadas.
Los integrantes de APRILS, la asociación de propietarios que han usurpado las playas saben ahora que la mayoría de peruanos repudia sus prácticas. Han debido colocar frente a su local un croquis donde aparecen los ocho accesos que supuestamente existen a las playas, establecidos cada 1,000 metros, como indica la ley, y niegan enfáticamente todo maltrato a las trabajadoras. Para las decenas de periodistas que estaban ayer en Asia era imposible confirmar esto último: los propietarios habían cuidado que no hubiera una sola empleada a la cual entrevistar.
Una protesta como la de ayer hubiera parecido impensable hace sólo dos años, pero el racismo empieza a ser un tema que moviliza multitudes. El reto que tenemos es mantener el tema en el debate público, aunque, en medio del cabildeo y el activismo, uno que otro celular termine averiado.
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