Por Rodrigo Arce Rojas*
El ejercicio del poder está estrechamente ligado a la lógica y el lenguaje. El análisis de la realidad política da cuenta de las siguientes relaciones:
- A mayor poder, mayor libertad para construir su propia lógica.
- A mayor poder, mayor potestad para construir sus propios significados del lenguaje.
- A mayor poder mayor libertad para construir un lenguaje que se acomode a su propia lógica.
En el mundo de la política, como en cualquier mundo, la lógica debería ser única, pero encontramos que la lógica también es dúctil a la luz de la posición social, los intereses coyunturales y futuros y al cálculo de riesgos. Entonces como por arte de magia las palabras empiezan a cobrar nuevos significados, las frases y las oraciones son obligadas a ponerse al servicio de esta nueva lógica. Entonces las falacias son convocadas vestidas de fiesta y su perfecto maquillaje las hace aparecer bellas, seductoras, tanto así que hasta sus mismos convocantes terminan por creerse sus discursos y ponen sus emociones al servicio de su impecable lógica.
Este tipo de arrebatos lógicos despiertan múltiples reacciones: en algunos casos genera indignación, en otros casos provoca rabia e impotencia y cuando no vergüenza por tamaña osadía. Cuando la fuerza de la razón termina aplastando esta apabullada lógica siempre habrá un buen argumento: “no es lo que quería decir”, “me han interpretado mal”, “pienso en el interés nacional”. Cuando la evidencia de la incongruencia es tan consistente entonces se apelará a castigar al mensajero, desacreditarlo (“¿Quién te conoce a ti?”) o se tratará de censurar a los medios de comunicación. Aunque la lógica nos dice que lo que se habría que atacar es la raíz del problema y no a los que se atrevieron a poner en evidencia tal dislate.
El poder tiene la extraña capacidad de auto perpetuarse. En tal sentido se rodea de personas que dan fe de la absoluta coherencia de sus razonamientos y discursos. Escucha lo que quiere escuchar, mira lo que quieren mirar. Cualquiera que guarde una dosis de sensatez y la suficiente valentía para aclarar la inconsistencia de determinado razonamiento lógico del que ejerce el poder entonces será castigado y cuando no expulsado del paraíso. Otros dirán que el pueblo no los entiende y que algún día la historia reivindicará la justicia de sus nobles ideales de progreso.
Pero el poder es efímero y cualquier día se da cuenta que ya está fuera del Olimpo. Aquí apreciamos dos actitudes. O empieza a revisar la lógica de sus propias argumentaciones en un espíritu autocrítico o insiste tercamente en afirmar que tenía la razón y que en un nueva oportunidad de llegar al poder hará valer los principios de su infalible lógica.
Pero el poder no es un ejercicio exclusivo del iluminado. El poder es consustancial con los seguidores. Y los seguidores también tienen sus propios razonamientos lógicos (“roba pero hace obras”, “en su época yo me beneficié”, “nadie antes había llegado hasta aquí”, “nadie antes puso una escuela”, “él es bueno pero se rodeó de malos asesores”). Resulta entonces que la lógica del poder también se alimenta de la lógica pragmática del simpatizante o seguidor. Aunque dolorosa la expresión popular “cada pueblo tiene el gobernante que se merece” nos llama poderosamente la atención para vivir una democracia comprometida y cotidiana y no sólo una democracia de urnas o de intereses particulares.
En este contexto el poder orientado a la gobernabilidad democrática busca un Estado eficiente y la participación activa de la sociedad civil. Gobernabilidad en el que el poder no se usa para imponer visiones y discursos sino para definir arreglos sociales que permitan procesar los diversos argumentos y tomar decisiones sensatas a favor del bienestar colectivo y la salud de los ecosistemas. Gobernabilidad orientada a resolver mediante el diálogo generativo las diferencias y lograr legitimidad a través de la lógica rigurosa y del lenguaje con sus significados apropiados.
La lógica está cansada de ser usada artificialmente para fines políticos, las palabras se sonrojan porque son obligadas a decir lo que decir no quiere. El poder exige coherencia y quiere vivir a plenitud de mano con la lógica y la palabra.
De nosotros depende que el poder sea usado en beneficio del cosmos, todos los seres vivos y de toda manifestación material y energética.
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* Rodrigo Arce Rojas es Ingeniero Forestal. Consultor forestal y de facilitación de procesos sociales. Su correo electrónico es rarcerojas@yahoo.es
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