Por Begoña Dorronsoro*
Usando términos indígenas para un caminar parejo, en este caso en las relaciones entre mujeres feministas no indígenas y mujeres indígenas y originarias, a veces parece que los esfuerzos para el diálogo sólo se deben dar en una dirección, desde las mujeres indígenas a las no indígenas, lo que puede dar la impresión de que las feministas no indígenas estuvieran en posesión de la verdad absoluta, o de que las indígenas y originarias debieran pasar por unas etapas previas establecidas por las primeras y que sólo una vez superadas podrán ser aceptadas como iguales y llegar a diálogos comunes.
Pareciera que en muchos casos estas relaciones se han dado, y aún se siguen dando de una forma desequilibrada, y con ciertas actitudes paternalistas (aunque mejor sería decir maternalistas) o cuando menos condescendientes.
Afortunadamente, sí se dan encuentros y formas de establecer alianzas, para poder seguir avanzando en propuestas conjuntas y más a largo plazo, pero aún queda esfuerzo por ambas partes, sólo así se conseguirá un reconocimiento mutuo que permita avances.
Las relaciones entre las mujeres indígenas y originarias con los feminismos han sido y son muy diversas y complejas, como diversas y complejas son las propias mujeres indígenas y las teorías y corrientes feministas. Si como feminismo o feminismos entendemos movimientos sociales constituidos como tales, no se puede decir que exista un feminismo indígena articulado, aunque en distintos lugares y espacios sí se camina hacia ello.
Existen en cambio mujeres indígenas que se autodeclaran como feministas. Existen mujeres indígenas que no se declaran feministas para no ser señaladas como asimiladas por el sistema o ser acusadas de menos indígenas por sus comunidades, pero que en el fondo ejercen prácticas feministas.
Existen mujeres indígenas que establecen alianzas con mujeres feministas pero que quieren considerarse exclusivamente como mujeres indígenas. Existen mujeres indígenas que no sólo no quieren ser denominadas como feministas sino que además no quieren saber nada de los feminismos ni de las feministas. Como vemos el espectro y la complejidad son muy amplios.
Las mujeres indígenas y no indígenas llevamos relacionándonos durante siglos y no se debe olvidar que muchas mujeres, incluso feministas, jugaron el rol de colonizadoras durante la conquista y el imperialismo (como recogen algunas historiadoras y antropólogas).
Sólo sacando a la luz esos hechos se puede empezar el camino de deconstrucción que permita una aproximación más equitativa con las mujeres indígenas y que estas últimas se muestren receptivas a dicha aproximación. No podemos olvidar también esa parte de la historia, no sólo para no volver a repetirla, sino para entender las causas de muchos de los cuestionamientos y críticas de las mujeres indígenas con respecto a las no indígenas.
Otra parte del rechazo y oposición que tienen las mujeres indígenas y originarias hacia el feminismo se deriva del desconocimiento de lo que realmente es el pensamiento feminista y sus distintas corrientes. Es cierto que han tenido experiencias negativas con algunos feminismos y algunas feministas, pero si bien a nosotras se nos critica el verlas a ellas como algo homogéneo a pesar de su diversidad, las apreciaciones que muchas mujeres indígenas tienen sobre las mujeres no indígenas, occidentales y feministas, también pasa muchas veces por contemplarnos a todas iguales y homogéneas, lo que expresa a las claras que el desconocimiento de unas hacia las otras en ambos sentidos es aún muy grande.
Ajenas al feminismo
Muchas mujeres indígenas y originarias tienen además una percepción del feminismo como algo ajeno y que les ha llegado impuesto por las agencias internacionales de cooperación, las ONG, los programas políticos y de ajuste económico de sus estados, etc., pero entrar en contacto con estos conceptos ha propiciado también que se empiece a reflexionar sobre estos temas (a veces con una sensación de imposición). Y entre quienes tienen más elaborados estos conceptos echan en falta que se abran más para incluir también las voces y propuestas indígenas.
La mayoría de las mujeres indígenas y originarias admiten que en la actualidad las relaciones entre mujeres y hombres no están equilibradas tampoco a lo interno de sus pueblos y comunidades.
Pero mientras hay quienes ubican el origen de ese desequilibrio en causas externas a las comunidades y, sobre todo, debido a la opresión del patriarcado capitalista, otras dicen que además de esas causas externas también hay causas internas de desequilibrio.
En cuanto a los roles asignados, siendo diferentes, la mayoría los defiende como complementarios y explican que la diferencia no implica necesariamente desigualdad. El problema es que si a eso le unimos el desequilibrio en cuanto a las relaciones entre hombres y mujeres, las desigualdades aparecen.
El mayor problema en lo que a la norma complementaria se refiere es la no inclusión de otras identidades u opciones sexuales, un tema ignorado o rechazado en muchos contextos indígenas. Pero de nuevo la diversidad de los pueblos indígenas también incluye algunos otros contextos donde hay identidades de género diferentes al sexo con el que se nació biológicamente como es el caso de los/las muxes [1] en la zona zapoteca en torno a Juchitán de Zaragoza en Oaxaca (México) o los/las winkte [2] entre los lakota de EE.UU, o las/los ninauposkitzipxpe (mujeres con corazón de hombre) entre los pikuni [3], etc., situaciones en las que se entremezclan y confunden sexos, roles y géneros, con asignaciones de rol diferentes a las del sexo con el que se nació.
A todo ello hay que añadir la hipersexualización y cosificación de las mujeres indígenas y la moral de las religiones occidentales impuestas por el colonialismo, por lo que en la actualidad hay desde hombres y mujeres indígenas que consideran cualquier opción/identidad más allá de hombre/mujer como ajena y no indígena, hasta quienes están trabajando en la teoría queer desde su realidad indígena.
Igualdad en derechos individuales
Uno de los mayores retos para los pueblos y mujeres indígenas es cómo manejar la diversidad e individualidad dentro de la colectividad, cómo compaginar esos derechos individuales y colectivos. Muchas mujeres feministas han catalogado a las mujeres indígenas y originarias como esencialistas por su defensa de una mayor identificación con la naturaleza.
Si bien estoy de acuerdo con quienes manifiestan el riesgo que esa etiqueta puede conllevar cuando se maneja desde un relativismo extremo no crítico y permisivo con actitudes que pueden cosificar a las mujeres en roles subordinados e inamovibles en pro de su identidad colectiva; entiendo que para evitar ese riesgo debemos partir de la premisa de la igualdad en derechos individuales, pero también colectivos, para todas las mujeres, uno de esos logros que tanto esfuerzo ha supuesto conseguir por parte de las feministas y también de las propias mujeres indígenas.
Además, puede ser interesante sacar otras lecturas de las que aprender, desde apreciar que parte del problema lo tenemos los occidentales, quienes hemos perdido o nunca tuvimos esa conexión con la naturaleza y no llegamos a entender la relación con la tierra y el territorio que tienen los hombres y mujeres indígenas; hasta rescatar desde una visión política que esa relación puede privilegiar el papel de los pueblos indígenas y en especial de sus mujeres en defensa no sólo de los recursos y bienes naturales, ya que su visión es más holística, sino de su propio ejercicio de auto-determinación que debería ser enfatizado y respaldado, entre otros, por las feministas en una causa común de lucha en contra del capitalismo globalizador. Enfrentando la esencialización llevada al extremo que cosifica y dificulta avances o cambios necesarios, podemos entender al mismo tiempo que una identidad indígena sin territorio es como un continente sin contenido.
Mucho camino por recorrer
De parte de las mujeres indígenas también hay camino por andar y alguno de los pasos pueden orientarse hacia un conocimiento mayor y sin prejuicios de los diferentes aportes, pensamientos y teorías feministas, que permitan reconocer aquellas cuestiones y causas comunes, que nos unen en la diversidad y la diferencia y poder reconocernos unas a otras como sujetas políticas que podemos establecer puentes y alianzas en aquellos temas que decidamos.
Si a las feministas nos falta un trecho por andar para comprender, conocer y entender mejor a las mujeres indígenas sin establecer estereotipos y generalizaciones sobre ellas, las mujeres indígenas también deben dejar de ver al feminismo y a las feministas como un ente monolítico constituido por mujeres con pensamientos idénticos.
También nosotras y nuestras ideas somos diversas y también son muchos los estereotipos y prejuicios hacia el feminismo que ellas deben superar a partir de un conocimiento y respeto mutuos.
Este trabajo mutuo de autoreconocimiento y valoración, en mi opinión, no debe pasar obligatoriamente por “exigir” que todas las mujeres indígenas acaben definiéndose como feministas (como tampoco lo pretendo de todas las mujeres no indígenas, aunque me encante la idea de lograr esa “sororidad” por la que tanto trabaja Marcela Lagarde entre otras) y se identifiquen al cien por cien con sus teorías y pensamientos, habrá quienes quieran hacerlo y están en su derecho, pero habrá quienes no y también estarán en su derecho.
Tampoco reside en el hecho de que el pensamiento feminista se “indigenice”, aunque sí es necesario que se abra más para permitir el paso de las voces indígenas y de otros sectores sociales minorizados que tienen mucho que aportar y que enseñar desde unas experiencias y resistencias de lucha que también hunden sus raíces varios siglos atrás.
Espacios de lucha común
En el trabajo común en contra de la globalización neoliberal que nos impacta más directamente a las mujeres, las agendas feministas deben abrir mayores espacios y debates para la crisis medioambiental en que el consumismo nos ha metido, y no por un sentimiento ecologista, que aunque deseado tampoco nadie puede obligar a tener, sino por lo que condiciona las luchas contra el saqueo de las transnacionales de los recursos y vidas a escala planetaria, en especial la vida de las mujeres.
Allí nos vamos a encontrar en un espacio en el que las mujeres (y hombres) indígenas han tenido que aprender a manejarse, por un lado en la lucha directa en sus comunidades contra los proyectos transnacionales y, por otro, en las negociaciones y tratados a nivel internacional.
Hay otro espacio común de lucha que las mujeres feministas en el norte deberíamos trabajar más que tiene que ver con establecer agendas de acción común con las mujeres inmigrantes que llegan a los países enriquecidos, algunas de las cuales son indígenas también y pasan por nuevas situaciones de marginación, opresión y discriminación cuando llegan aquí.
Otro de los aportes de la academia puede ser el impulso de genealogías de las resistencias y experiencias organizacionales de las mujeres indígenas y originarias y que en especial sean llevadas adelante por ellas mismas, sobre todo en Centroamérica y Sudamérica donde hay menos avanzado, aunque se van dando pasos. Como dice Chandra Talpade Mohanty, debemos ejercer “la práctica transnacional del feminismo anticapitalista” en la que mujeres indígenas y originarias y feministas, entre otras, caminemos parejo.
* Begoña Dorronsoro es voluntaria del Grupo de Género de la Coordinadora de ONGDs de Euskadi. Este artículo ha sido publicado originalmente en el nº 41 de la Revista Pueblos, marzo de 2010.
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Notas
[1] Muxes: nacen como hombres pero se identifican, sienten y viven como mujeres, adoptando incluso la vestimenta propia de las mujeres tehuanas.
[2] Winkte: también conocidos como two-spirit people con una condición genérica mezclada y que parecen haber formado parte de otros pueblos indígenas en norteamérica con otros nombres.
[3] Pikuni: conocidos como pies negros o blackfoot por pintar sus mocasines con motivos en color negro.
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