Por Alfredo Quintanilla
12 de setiembre, 2013.- El documental “Sigo Siendo” de Javier Corcuera muestra, de refilón, en forma descarnada y sin maquillaje, la dura realidad de los pueblos rurales del Perú, una muy diferente de nuestro paraíso estadístico.
En él se ve al eximio violinista Máximo Damián viajar a su pueblo San Pedro de Ishua, en el sur del departamento de Ayacucho, donde sólo hay miseria, desolación, abandono; aunque para el artista sea el retorno a la edad dorada de la infancia. En ese pueblo, como también en los del valle del Sondondo, hay alumbrado eléctrico y seguramente redes de agua potable y alcantarillado, pero las conexiones domiciliarias son escasas. Es que riqueza o pobreza no se miden por la calidad de servicios que preste el Estado, como piensan algunos, sino por la forma como las familias se articulan al mercado. Y ya se sabe que la agricultura y la artesanía campesinas trabajan a pérdida en nuestro mercado capitalista.
Tampoco se nota gran diferencia con lo que pasa en El Carmen, centro de la presencia afroperuana y pueblo chinchano que está rodeado de campos dedicados a una boyante agricultura de exportación. Salta a la vista la pobreza de sus gentes, aunque una característica lo distingue de los pueblos serranos: en él abundan los jóvenes y los niños.
Hay, pues, un marcado contraste entre miseria física y riqueza musical y cultural que conmueve y que empata con el breve texto de José María Arguedas que aparece al comienzo marcando la propuesta del director: demostrar que las músicas shipiba, quechua-ayacuchana, afroperuana y criolla, siguen vivas, siguen vigentes, siguen siendo, kachkaniraqmi!
Sin embargo, me temo que la realización ha seguido más bien la visión melancólica y hasta depresiva del gran novelista. En efecto, la presentación de esos escenarios, pueblos abandonados, callejones que están a punto de derrumbarse, no invitan precisamente a celebrar la vida de ancianos músicos que han enriquecido nuestras vidas con su arte. Más parece que asistiéramos al canto del cisne que anuncia su muerte. Cualquier espectador desavisado llegaría a la conclusión que la tesis del documental es que esas expresiones musicales están a punto de morir con sus compositores e intérpretes (1) , como están por desaparecer muchos pueblos rurales del Perú (2) .
Es una película que invita también a la reflexión –de otra manera no se escribirían estas líneas- aunque las reacciones emocionales que genera tengan que ver más con conmiseración y tristeza que con afirmación vital y enérgica esperanza.
Pero en el film hay también una perspectiva diferente, festiva, esperanzadora, aunque con menos fuerza que la primera. Ahí están la escena de los jóvenes danzantes chinchanos que rinden homenaje a don Amador Ballumbrosio en su tumba, acompañados del violín de Damián; la danza inaugural de la joven danzante de tijeras Elizabeth López “Palomita”, o el niño que recibe clases de violín de parte de Andrés ‘Chimango’ Lares.
Esta segunda perspectiva era la que predominó en Arguedas cuando debatía con sociólogos y antropólogos que le anunciaban la próxima muerte de las culturas originarias, que terminarían fagocitadas por las culturas criolla y occidental. Arguedas insistía que el mestizaje era un anuncio esperanzador de la capacidad de adaptación de estas culturas y afanoso y confiado se había convertido en un promotor de Florencio Coronado, del ‘Jilguero del Huascarán’, de ‘Pastorita Huaracina’, de Damián, de Jaime Guardia, de García Zárate, entre otros. Una vez se dio el trabajo de contar más de un millar de títulos de huaynos, huaylarsh y mulizas en una tienda de discos y gozoso había comunicado su descubrimiento a un amigo que se encontraba en Francia. Tal vez él hubiera aconsejado a Corcuera que antes que visitar las aldeas, retratara a los músicos en esas multitudinarias fiestas que los clubes provincianos celebran en los cinturones del Perú hirviente que rodean Lima criolla. Y hubiera celebrado, sin lugar a dudas, la presentación de Sara Van, la migrante peruana que se fue a conquistar España (3).
Una obra no responde siempre a las intenciones con las que el autor la imaginó. La intención manifiesta de Corcuera fue “… no pretender [hacer] una antología de la música peruana. La idea va más por el lado de emprender un viaje de retorno a la identidad” (4) luego de que su inicial proyecto de filmar un documental sobre Ballumbrosio, fracasara. Hay, entonces, la intención de que los músicos convocados retornen a su identidad de origen, visitando la aldea o el callejón de su infancia. Cabe preguntarse si la prolongada andadura por la vida, modificó la identidad de los artistas y habría que preguntarles a ellos si la película ha cumplido su propósito. En el caso de Sara Van, sin duda. Ella ha dicho que la película le ha permitido afirmar que, después de tantos años en España, ella sigue siendo peruana. Otra pregunta es si los espectadores se sienten identificados con los protagonistas o si la película termina siendo una invitación a una élite.
Estas preguntas y dudas en nada mellan, por supuesto, los elogios merecidos de la crítica especializada que han recibido Corcuera y su equipo, ganadores de varios premios.
Hay también un mensaje final cuando el documental nos hace re-ver las calles de Lima pobladas de mujeres y hombres que deben trabajar duramente como vendedores ambulantes para llevar un pan a sus hijos. Entre ellos está el violinista Lares, vendedor de helados. ¿Cuántos cientos de verdaderos artistas desconocidos no circularán por nuestras calles, en medio de nuestra ignorancia o indolencia?
Notas:
(1) Carlos Hayre, Félix Casaverde y Manuel Vásquez fallecieron antes del estreno.
(2) Lenta desaparición a la que asistimos por confluencia de múltiples factores, a los que se sumó en tiempos del fujimorismo la genocida campaña de las ligaduras de trompas que afectó a 300 mil mujeres campesinas quechuas. Crimen que hasta hoy no ha sido castigado.
(3) Mención especial merece su extraordinaria interpretación del landó “Cardo y ceniza”. Sara ha hecho una inmersión en el drama musical y ha expresado con toda su sensualidad la lucha entre el goce y la vergüenza de la relación carnal socialmente no bien vista entre una mujer mayor y un joven, que -cuentan los entendidos- Chabuca Granda viviera en carne propia.
(4) Revista Somos N° 1392, El Comercio, 10 de agosto 2013, pp. 68-69.
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Fuente: Noticias de Servicios Educativos Rurales (SER): http://www.noticiasser.pe/11/09/2013/quinta-columna/kachkaniraqmi
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