Por Rocío Silva Santisteban*
12 de febrero, 2015.- Máxima no es un caso, es un emblema. Precisamente la mujer más vulnerable, pequeña, delicada, campesina, alejada de Lima a cientos de kilómetros, analfabeta, con acceso restringido a puestos de salud pero con un capital simbólico tan rico y amplio: en la indefensión con su sola voluntad y su llanto
le ha hecho un pare a la República Empresarial, a esa casta de tecnócratas con sus leyes, sus convenios secretos entre las grandes empresas y la Policía Nacional, con su dinero, su oro, sus minas, sus contactos internacionales, su obsesión por la OCDE y su cooptación del presidente del Perú.
Francisco Durand, investigador y profesor principal de la PUCP, ha planteado el concepto de “República Empresarial” para referirse a la casta de tecnócratas neoliberales que han capturado el Ministerio de Economía y Finanzas, en BCR y la Superintendencia de Banca y Seguros desde 1990 y que a todas luces responden a la lógica de las grandes corporaciones que imponen un modelo único de desarrollo al que el presidente Ollanta Humala hoy ha adherido la retórica de la “inclusión social”.
Me permito contribuir al análisis pues desde hace años vengo trabajando en las propuestas de “imaginario desarrollista” que vincula a la casta empresarial, sus normas legales y su aparato simbólico (“ciudad mediática”) con una propuesta de ser humano:
consumista, urbano, heterosexual, conservador y de mente adormecida por la televisión basura. Un peruano convencido de que es preciso “basurizar” al otro para erigirse a sí mismo como el sujeto del discurso, de las leyes, de las normas, de las políticas públicas y del bienestar neoextractivista utilizando las herramientas que le dan los grandes medios: creer que vive en “esto es guerra”. Un peruano o peruana que ríe volteándole la cara a los muertos de su felicidad. Insolidario, egoísta, artificial, frívolo: totalmente apto para ser captado por el mal banal (Arendt).
Como sostuvo Raphael Hoetmer en un seminario sobre minería en Cajamarca, este imaginario desarrollista compulsivo basado en la explotación sin reservas de la naturaleza requiere de la criminalización de la disidencia y del control de las fuentes de información (lo que es sumamente difícil en una era de Internet y redes sociales). Precisamente por esta dificultad son las redes y los jóvenes anti-Pulpín, que han adoptado la lucha de Máxima Acuña de Chaupe como suya por indignación pero, también, porque es una forma de plantearle un pare a todo este sistema “republicanoempresarial” que pretende hacer del Perú lo que hace en su empresa.
Hoy es preciso luchar por un cambio de paradigma civilizatorio en el que la explotación de la naturaleza tenga un freno para preservar la vida. Esa debería ser la línea eje que atraviesa todas las luchas: la de nosotras las mujeres, la lucha contra la heteronormatividad, la lucha contra la minería en cabeceras de cuenca, la lucha de los pueblos indígenas por la protección de sus territorios, la lucha de los trabajadores por la dignidad de salarios y condiciones de trabajo, la lucha de los analfabetos por tener acceso a una educación que les garantice no solo ingresar a la ciudad letrada, sino tener herramientas que les permitan, en concordancia con sus (nuestras) culturas ancestrales, vivir a plenitud.
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*Rocío Silva Santisteban. Estudió literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Doctora en Literatura por la Universidad de Boston. Ganó el Premio Copé de poesía con su poemario Ese oficio no me gusta (1990). Otras publicaciones: Mariposa negra (1993), Condenado amor y otros poemas (1995) y Turbulencias (2006). En 1994 publica su libro de relatos Me perturbas (1994). Actualmente es periodista y docente universitaria. Además es presidenta de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos.
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