Por Ollantay Itzamná*
18 de setiembre, 2014.- “Tenga muchísimo cuidado si va a ingresar a Venezuela, sobre todo en Caracas. Es la ciudad más violenta del mundo. Allí no hay comida. No tienen ni papel higiénico. Esos dos gobiernos comunistas hundieron a ese país. Antes, el Bolívar (moneda de Venezuela) tenía más valor que nuestra moneda”, me advierte el taxista en la ciudad de Barranquilla, Colombia.
Ante la advertencia, pregunté a mi amable taxista anfitrión: ¿Cuánto cuesta el combustible en Venezuela, y cuánto cuesta aquí? Me respondió: “Eso sí, allá en Venezuela es prácticamente regalado el combustible. El galón no cuesta más de 150 bolívares (menos de 2 dólares). Aquí, el galón cuesta casi 9 mil pesos (cerca de 5 dólares). Pero, allá no hay comida.”
Es el estereotipo centrado en la falta de papel higiénico, la ausencia de comida y la abundancia de la violencia lo que configura el imaginario colectivo popular de la colombianidad respecto al vecino país de Venezuela.
En el caribe colombiano, la inseguridad y la incertidumbre se materializa en ciudades con locales comerciales cerrados desde las 6:00 pm, y calles deshabitado a partir de las 7:00 pm. Con abundantes productos comerciales y comestibles, pero caros.
Entre Santa Marta y Maicao, ciudad fronteriza del lado colombiano, no se ve la “avalancha de venezolanos” huyendo de la Venezuela hambrienta, violenta y sin papel higiénico. Esto es lo que un visitante, ante tanta advertencia, espera encontrar en el trayecto de Colombia hacia Venezuela. Pero, no ocurre nada de eso.
Lo que sí se ve es la afluencia de ciudadanos colombianos/as ingresando hacia la ciudad comercial de Maracaibo, Venezuela. Van prácticamente como mochileros, no llevan casi nada consigo hacia el país hambriento y violento. En el viaje, el taxista y los pasajeros colombianos protestan, refunfuñan, en contra del corrupto gobierno de Maduro que ordenó el control y vigilancia del contrabando en los pasos fronterizos.
En el trayecto de Maicao, Colombia, y Maracaibo, Venezuela, el taxista hizo dos paradas técnicas, en el lado de Venezuela, para surtir su automóvil con combustible de contrabando expuesto en el camino. Ante mi inocente pregunta de, si esa compra de combustible de contrabando no era también acto de corrupción, los viajeros anti Maduro socialista respondieron casi en coro: “Esto nunca se va a terminar. De esto vive la gente aquí.”
Inexplicables contrastes en la Venezuela bolivariana
“Aquí llenamos el tanque de combustible con 4 monedas de éstas”, me muestra una moneda metálica de un Bolívar el taxista que me lleva de la terminal de buses al hotel, en la ciudad de Caracas. Y le pregunto, si el combustible es tan barato, ¿por qué Ud. me cobra 250.00 bolívares la carrera? Él, sin poder esconder su contradicción me responde: “Aquí el combustible es barato, pero los pantalones que uso cuestan más de dos mil bolívares. Además, no hay mucho.”
En Caracas no se ve hambruna. Los mercados y restaurantes están repletas de productos y alimentos con precios económicos. El visitante que lleva consigo dólares o pesos colombianos disfruta de los bienes y servicios de categoría. La gran mayoría de los productos comerciales cuestan casi la décima de lo que cuestan en el extranjero. Y este fenómeno económico ocurre gracias a que es el Estado quien controla, en buena medida, la generación, distribución y comercialización de los bienes y servicios en el país.
El combustible es más barato que el agua embotellada porque es el Estado quien controla la cadena del sector energético. El transporte aéreo cuesta casi igual que el transporte terrestre en el interior del país, porque el Estado cuenta con varias empresas de transporte aéreo. El sistema de transporte del metro urbano e interurbano, aparte de ser higiénico y eficiente, es prácticamente de costo simbólico (1.50 Bs). Con un dólar que uno cambia en el mercado sumergido, el usuario se monta más de 50 veces en el sistema metro venezolano. Existen hasta cuatro tipos de cambio del dólar: tres oficiales, y uno sumergido.
En diferentes puntos de la ciudad emergen nuevos edificios de conjuntos habitacionales construidos por el Estado para familias sin vivienda. 600 mil familias ya recibieron lo suyo, sin mayor aporte económico. Indican que se encuentran en construcción un millón de viviendas. La meta es llegar a beneficiar a 3 millones de familias necesitadas. Existen cadenas de supermercados estatales que entregan los productos generados e importados por el Estado a precios mucho más bajos que en los supermercados particulares.
Tiendas estatales donde las computadores portátiles de última generación no pasan los 9 mil Bs. (un poco más de 100 dólares en el mercado sumergido). Los libros, en las librerías estatales, se venden a precios completamente simbólicos. Los cerca de 2 millones de estudiantes universitarios, no sólo reciben “gratis” las clases, sino también reciben alimentación subvencionada por el petróleo.
En la Venezuela bolivariana no hay miseria, aunque sí pobreza material y moral. Sí existe violencia, aunque cada vez más controlada, pero se puede transitar por las calles de Caracas hasta las 22:00 y 23:00 horas (cuando deja de funcionar el sistema del metro). Es un país donde conviven el sistema capitalista neo liberal y el sistema socialista en proceso. El primero haciéndole la guerra sin cuartel al segundo.
Existe comida suficiente, pero quizás no tanto como para derrochar. Existe abundante papel higiénico, pero quizás no el de color rosado aromatizado. El país tiene tanto petróleo bajo tierra como la generalizada corrupción pública que se comenta y se siente en la administración pública. El abundante petróleo no sólo corrompió y corrompe a las estructuras sociopolíticas del país, sino que hizo que la población se olvidara que los alimentos provienen de la tierra, no del petróleo.
Después de observar por unos instantes el fluir de la vida cotidiana en este apasionante corazón político y económico bolivariano, siento que un sistema egoísta y un sistema solidario no pueden convivir por mucho tiempo. Mucho menos sin declararse la guerra. Esto es lo que ocurre en Venezuela.
¿Por qué en las librerías de Colombia no siempre se ofrecen libros afines a los contemporáneos procesos de cambio latinoamericano, ni es común que la teleaudiencia tenga acceso al canal informativo de TELESUR? ¿Por qué las y los vecinos colombianos frecuentan, como mochileros, a la hambrienta y violenta Venezuela? ¿Por qué la oligarquía comerciante venezolana esconde los productos que importa con los dólares recibidos del Estado bolivariano?
¿Por qué los medios corporativos de los buitres envenenan a su audiencia mundial con que en Venezuela no hay papel higiénico perfumado, y callan sobre los logros innegables del proceso de cambio bolivariano? ¿Por qué para los medios corporativos, como CNN, es un gran logro y noticia mundial el acto que el Presidente de Honduras entregue, en acto público, un balón de futbol o una docena de computadoras, y no dicen nada sobre los logros sociales, culturales, tecnológicos y económicos de la Venezuela bolivariana?
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*Ollantay Itzamná, indígena quechua. Acompaña a las organizaciones indígenas y sociales en la zona maya. Conoció el castellano a los diez años, cuando conoció la escuela, la carretera, la rueda, etc. Escribe desde hace 10 años no por dinero, sino a cambio de que sus reflexiones que son los aportes de muchos y muchas sin derecho a escribir “Solo nos dejen decir nuestra verdad”
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