El sacerdote Gonzalo Ituarte y el obispo Samuel Ruiz durante una misa en memoria de monseñor Óscar Arnulfo Romero. La ceremonia fue celebrada en marzo de 2006 en la ciudad de México. Foto: José Carlos González
Entrevista de Bernardo Barranco
La Jornada, 30 de enero, 2011.- Al contrario de la percepción que prevalece, la mayor aportación de don Samuel Ruiz no se dio en el plano político social ni en la importante mediación de paz ante al levantamiento zapatista de 1994, que evitó un mayor derramamiento de sangre. La más notable contribución de don Samuel se dio en la innovación pastoral, específicamente en el área de la cultura.
La inculturación del Evangelio en el mundo indígena lo llevó a construir modelos y figuras que prevalecen como propuestas novedosas, audaces y hasta reivindicativas, aún no aquilatadas por el conservador Vaticano. Desde los años setenta Samuel Ruiz se adelantó a los enfoques multiculturales, actualmente en boga por los alcances de la globalización.
Comparto un breve fragmento de una de varias conversaciones que tuve con él. La entrevista se realizó en Querétaro, en su casa, que carecía de lujos y era funcional.
Allí vivió don Samuel Ruiz después de que el Vaticano aceptó su renuncia como obispo de San Cristóbal de Las Casas. El derecho canónico obliga a los obispos a presentar su dimisión a los 75 años.
–Qué tal, Bernardito –así me decía, con cariño. El mote se remontaba a la década de los setenta, cuando lo conocí. Yo tenía entonces 18 años, y junto con otros universitarios católicos fui a conocer la realidad indígena y pastoral de Chiapas, promovida por la diócesis vanguardista de San Cristóbal. Ahí don Sam, como le decíamos, nos recibió con consideración y atenciones. Ahora nuestro encuentro se daba en el contexto de una serie de entrevistas para mi programa Religiones del mundo, de Radio Red. Don Samuel se apoyaba en un bastón, pues tenía una pierna lesionada, consecuencia de la diabetes que lo aquejaba.
– ¿Qué valoración hace de su andar como obispo en San Cristóbal de Las Casas?
Después de varios años, comprendí que mi verdadera misión pastoral era revalorar la riqueza y los derechos de las culturas indígenas. Rescatar el valor de las culturas indígenas como factor central para afirmar su dignidad como pueblo, propiciando que vencieran sus ancestrales complejos de inferioridad y resignación ante los poderosos no indígenas que los explotaban y despreciaban. El tema de la fe y la religiosidad pasa hoy de manera inobjetable por la inculturación.
– ¿Cómo llegó usted a esa conclusión?
Fue todo un proceso. A finales de los años cincuenta no tenía experiencia pastoral alguna con indígenas. Felizmente, muy pronto tuve el privilegio de participar en las sesiones del Concilio Vaticano II, entre los años 62 y 65. Especialmente la construcción del documento Ad Gentes, sobre misiones, me influyó de manera definitiva.
“Ahí se destacaron especialmente las intervenciones de los obispos africanos, quienes reivindicaban replantear la antropología cristiana que fortaleciera su actuación misionera y se valorara la dignidad de las diversas culturas. El Evangelio, que no nació en Occidente, debía encarnarse e inculturarse en las diferentes culturas no occidentales.
“Esto me movió toda mi estructura pastoral, pues pensaba, con ingenuidad, que había que enseñar castilla a los indígenas para poder evangelizarlos y ofrecerles oportunidad de desarrollo económico. Con ellos reproducía, sin querer, la actitud paternalista.
“Después vino Medellín –en 1968 se realizó ahí la segunda conferencia general del Episcopado Latinoamericano–, y en su preparación en Melgar, Colombia, me nutrí con el aporte antropológico que ponía en evidencia que, a nombre de la fe y de la acción misionera, se tenía una acción destructiva hacia diferentes culturas americanas. En el nombre de Dios habíamos contribuido a arrasar pueblos enteros.”
– Identidad, cultura y encarnación. Vaya temas.
El concilio nos aportó que no sólo era cuestión de respetar las culturas y las identidades, sino que ahí se recibía, también, la presencia reveladora de Dios. Ahí Dios se manifiesta con una presencia salvífica; por tanto, no se trataba sólo de un respeto a la dignidad y la presencia de una cultura diferente, sino era el reconocimiento de una presencia salvífica en las culturas. Había que volver a los planteamientos de la Iglesia primitiva, pues se desarrolla en el contexto de diversas culturas, muchas de ellas excluyentes y dominantes.
– ¿Por qué la acción de la Iglesia, entonces, se identifica con las claves de la cultura occidental?
La cultura occidental está impregnada del cristianismo. Desgraciadamente, la inserción del Evangelio se prolongó demasiado en el imperio romano. Se imbricó al grado que se habla de una cultura occidental y cristiana. Por ello la acción de muchas tareas misioneras en la historia de la Iglesia en Oriente y en América. Los misioneros no sólo vinieron a evangelizar, sino a occidentalizar. No sólo ofrecían la palabra de Dios, sino que la acompañaban con la imposición de otra cultura.
– ¿Cuándo se empieza a revalorar la fe de los indígenas?
Durante siglos los indígenas en este continente estuvieron sometidos a este dilema; se les imponía una cultura extraña para poder expresar y celebrar su fe. Para poder experimentar sus creencias, los indígenas debían despojarse de su propia tradición e identidad para abrazar una cristiana totalmente ajena y extraña.
“Para muchos evangelizadores la destrucción de las culturas indígenas se justificaba porque se sustituía con la construcción de una monocultura universal de salvación.
“Hasta antes del concilio, las religiones y culturas precolombinas no eran bien vistas. Tuvo que pasar un largo proceso de aproximaciones y mucho tiempo para tener una nueva comprensión, que se condensó muy acertadamente en la Conferencia Episcopal Latinoamericana realizada en Santo Domingo en 1992, cerca de tres décadas después de la primera sesión del concilio. Los obispos afirmaron que los primeros evangelizadores no trajeron a Dios en exclusividad porque Dios ya estaba presente entre los pobladores. También volvieron a afirmar que el Evangelio tiene que hacerse cultura.”
Temáticas de la Iglesia autóctona, teología india, diáconos casados forman parte de una herencia, igualmente de vanguardia, que ha aportado el trabajo de Samuel Ruiz, tan desconocido por el mundo mediático, por los intelectuales y políticos que aún guardan recelos de un hombre que con sencillez evangélica supo trabajar con otros. Propuestas inéditas, pero, como todo innovador, don Samuel sufrió la incomprensión institucional y la soledad de todo pionero.
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Fuente: Cadena de Noticias: http://www.cdn.com.mx/archivos/nacional/ene11/29/reva.htm
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