Un pueblo peligra tras el bosque. Los últimos sucesos vividos en los territorios inmemoriales de la etnia amazónica, en relación a las consecuencias que tiene en ellos la explotación del gas de Camisea, motivan la siguiente evocación histórica sobre este importante grupo humano de la selva del Cusco.
Diario El Comercio, 20 de marzo 2006.- Llama la atención que durante los últimos años nuestros principales pueblos indígenas hayan hecho noticia más por desgraciados sucesos, que por algún logro a destacar en su precario camino hacia el desarrollo social. El caso más largo y doloroso ha sido el del pueblo asháninka, víctima de los más terribles desvaríos senderistas. Igualmente incomprensibles fueron los sucesos vividos en las comunidades aguarunas (o awajún como se llaman ellos), el año 2002, cuando sus nativos repelieron violentamente a foráneos invasores de sus tierras. Las pérdidas humanas fueron numerosas, aunque más extraña fue la reacción oficial que, luego de los episodios, dejó en el olvido, nuevamente, a la región.
Y ahora los Machiguengas. Nuevamente un grupo étnico está en los medios por aciagos sucesos en los que ellos se llevan la peor parte. Entonces las preguntas de siempre vuelven a formularse: "¿Y estos, de dónde salieron? ¿Son como los asháninka o diferentes? ¿No todos son de la misma tribu?
Sesenta y cinco etnias, catorce familias
El caso machiguenga, y el consiguiente despliegue informativo en los medios, no ha hecho si no revivir una constante preocupación que reina entre los planificadores sociales. Realmente es grave el desconocimiento que tiene el ciudadano común acerca de la diversidad étnica y lingüística que existe en nuestro país. Fuera de los quechuas -ya de por sí diverso: se conocen entre cuatro y cinco tipos distintos- y los aimara, en lo que toca a la Amazonía apenas solemos recordar a los shipibo y los asháninka. Conocimiento bastante pobre si es que pensamos en que el Instituto Indigenista Peruano ha establecido la existencia de sesenta y cinco grupos étnicos diferentes en la región, que a su vez se pueden agrupar en catorce familias etnolingüísticas ininteligibles entre sí.
Los machiguenga -sus nativos prefieren autodenominarse matsigenka-, específicamente, pertenecen a la familia arahuaca -o arawak-, y habitan en la ceja de selva cusqueña, aunque también están presentes en algunas zonas de Madre de Dios. Desde tiempos inmemoriales pueblan las regiones aledañas al río Urubamba y sus afluentes, como son el Picha, el Camisea, el Timpía y el Manu. Constituyen el quinto grupo étnico más numeroso de la Amazonia peruana, después de los awajún, los asháninka, los shipibos y los chayahuitas (INEI, 1993), lo cual los lleva a tener una presencia gravitante en la zona y en general en las políticas de reconocimiento cultural en todo el país. Prueba de esto ha sido el haber logrado, tal como otros grupos étnicos, que el estado reconozca su soberanía sobre la reserva natural que lleva su nombre.
Se calcula que son actualmente 9.800 personas (proyección del CEDIA sobre la base del censo de 1993), y, aunque eso represente solo un 0,037 % del total de la población peruana, hoy estimada en 26.152.265 habitantes, el peso ejemplar de su caso nos ofrece una oportunidad única para exponer y entender el problema del reconocimiento de las minorías étnicas. Más aún, para plantear nuevas formas de planificación de políticas de integración social que sean eficientes y armónicas al mismo tiempo.
Etnias idóneas
¿Por qué es ejemplar el caso machiguenga? Por una combinación de factores históricos y culturales inéditos, más el agregado extraordinario de ser, probablemente, el grupo étnico con mayores recursos de toda la selva peruana.
En principio, pese al largo historial que tienen de contacto con el estado formal y con las distintas instancias de poder hegemónico que ha tenido nuestro territorio -el incanato, el virreinato y por supuesto la república contemporánea- los machiguengas han sabido siempre mantener su independencia cultural, y sobre todo han sabido hacerse respetar por las respectivas jefaturas de turno. Testimonios orales de la región, por ejemplo, aún suelen llamarlos "antis", en alusión a la región del incanato que servía como frontera oriental de sus dominios -antisuyo-, y que les servía como descanso previo a cualquier internamiento en el follaje inacabable de la selva. Autores como Francoise-Marie Casevitz o Daniel Gade dicen que esta calificación no se dio con una invasión o una conquista. Fue más bien el resultado de intercambios y trueques que pusieron a esta etnia como una eficaz colaboradora con notables condiciones de negociación. Casevitz asegura que no existe indicios de que se haya producido una relación de subordinación ni que le hayan entregado alguna vez un tributo al Inca.
El mismo autor aporta con otra referencia fechada durante el virreinato: afirma que en el siglo XVIII la rebelión de Juan Santos Atahualpa los incorpora en un primer notable ejercicio de relaciones interétnicas. Ya en aquella época, los machinguenga se anuncian como un pueblo con personalidad, cuando aportan para la campaña de la revuelta su reconocido conocimiento en la elaboración de arcos y flechas. Esto los hace destacar al interior de un movimiento en el que piros, shipibos, conibos y nomachiguenga, además de quechuas, se unen en una alianza de nacionalidades diversas, sobre la base de un sistema de comunicación preexistente basado en redes de intercambio económico y simbólico.
Seres que soplan
Como informa el sitio www.peruecologico.com.pe, dos siglos después, a partir de 1980, el territorio machiguenga ha sido objeto del desarrollo de actividades de exploración de hidrocarburos. En la actualidad se viene explotando en su suelo uno de los yacimientos de gas y condensados más importantes de la Amazonía peruana. Como antaño, una vez más la situación los obliga a replantear su posición ante otros poderosos actores, aunque en esta ocasión -con los recursos a su favor- estén en posibilidad de entronizarse en la región como los depositarios de los abundantes beneficios que la explotación del gas les ofrece. ¿Qué es lo que ha pasado entonces para que su tradicional carácter autónomo hoy flaquee ante las nuevas circunstancias?
Rafo León, en la revista Somos del 11 de marzo, ofrece una pista interesante que habría que tomar en cuenta. Los machiguengas han sido tan autónomos en esta ocasión que se han saltado al Estado para la negociación con la empresa explotadora. Como buena etnia en proceso de apertura permanente, de hibridación cultural constante y comunicación asidua con el mundo exterior, han establecido sus condiciones al margen de cualquier marco regulador, algo que sí les ofreció el cosmos incaico o el orden virreinal en otros tiempos. Esta vez están bajo amenaza por ausencia de horizonte más allá de las copas de los árboles y de los potos de masato, su licor preferido.
¿Qué acceso a redes de intercambio tienen hoy en día con otros agentes distintos a la empresa explotadora? ¿Qué tanta base preexistente de sistemas de comunicación, de interés bi o multilateral tienen con otros grupos? Preguntas quizás ilusas en un contexto en el que la educación, la salud y la representación del estado oficial en esta zona, como en toda la región amazónica, simplemente no están siquiera pensadas en ser tendidas.
¿Cómo irán a responder a esto los machiguenga? ¿Qué se puede esperar de un pueblo hecho a soplidos, como refiere Mario Vargas Llosa -recreando mitos de la zona- en su novela El hablador? Quizás cabe apelar a su historia y a las características que los han definido siempre. Es de esperar que respondan como lo describió el escritor, en palabras que se apropia de su acervo: "No ahogarse nunca en un vaso con agua ni en una inundación. Había (hay) que contener todo arrebato pasional, pues hay una correspondencia fatídica entre el espíritu del hombre y los de la naturaleza. Cualquier trastorno violento en él acarreará una catástrofe en esta".
Comentarios (7)