Por Sergio de Castro Sánchez*
17 de noviembre, 2009.- La muerte del indígena shuar Bosco Wisun el 30 de septiembre durante las movilizaciones de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) en contra de la Ley de Recursos Hídricos y otros proyectos legislativos impulsados por Rafael Correa ha vuelto urgente la reflexión sobre cómo los gobiernos del llamado Socialismo del S. XXI están asumiendo el discurso indígena en sus programas políticos. (foto: El Tribuno, de Jujuy)
Se hace necesario analizar si hechos como la presencia de parte de las demandas indígenas en las nuevas constituciones de Bolivia y Ecuador son un sincero intento por reparar la histórica exclusión sufrida por los pueblos originarios a través de políticas conformadas sobre la base de su alternativa estructural al capitalismo o si, por el contrario, esas iniciativas forman parte de una nueva forma de aculturación cuya finalidad sería la contraria: eliminar la propuesta indígena de un horizonte revolucionario demasiado dependiente de políticas económicas extractivistas y desarrollistas indisolublemente unidas al despojo territorial.
La IV Cumbre Indígena -celebrada en Puno, Perú, en mayo- eligió como lema Por la Plurinacionalidad y el Buen Vivir. Aceptando el carácter principalmente andino de la propuesta -centrada desde hace años en la lucha por la autonomía-, ambos conceptos se han convertido en las señas de identidad del movimiento indígena latinoamericano.
La plurinacionalidad rompe con el eje básico de conformación de los estados como estados-nación surgida de la Ilustración europea, el Buen Vivir (Sumak Kawsay en kichwa) lo hace con la división entre Naturaleza y Cultura de la tradición occidental. Una división que está a la base de la concepción de la Naturaleza como un objeto externo que hay que dominar, y de las políticas extractivistas propias del capitalismo. Un modelo, el extractivista, que no es puesto en duda por los gobiernos de la órbita del Socialismo del S. XXI, tal y como lo prueba no sólo su dependencia económica del petróleo, gas o minerales, sino también su filiación a la propia Iniciativa de Integración de la Infraestructura Regional de Sudamérica, conjunto de megaproyectos destinados a facilitar la salida internacional de los recursos naturales.
La mercantilización de la Naturaleza en busca de la acumulación del capital -aunque acompañada de políticas sociales más activas que las que lleva a cabo la derecha, pero en más de una ocasión con un perfil clientelar- muestra que la superación del neoliberalismo -en caso de que se dé- llevará a una nueva fase del capitalismo, pero no a su superación. Como defendía Marx, los intereses económicos del capital comportan un movimiento ideológico a su servicio que ve en la concepción indígena de la Naturaleza y de su propia identidad -ligada de manera indisoluble a su territorio- una amenaza de la que hay que deshacerse.
La primera de las liberaciones sufridas por los indígenas se realizó con una fundamentación teológica: el imperativo moral de la conversión de los indígenas a la Verdad del cristianismo. Durante la etapa independentista, el positivismo sirvió de marco conceptual de una liberación que, en nombre del progreso y el desarrollo, vio en los originarios un obstáculo para los estados-nación emergentes. El positivismo sirvió de caldo de cultivo de una nueva forma de salvación del indígena mediante lo que se vino a llamar indigenismo. En un proceso histórico que fue buscando cada vez formas más sutiles de aculturación, el indigenismo, sin embargo, permaneció fiel a lo que es su razón de ser: la asimilación de lo indígena a la lógica del poder y del estado mediante el uso ideológico de los elementos propios de la cultura y cosmovisión originarias.
Si en el pasado el indigenismo se movió entre la aculturación directa y la asimilación de las prácticas culturales de los indígenas a la esfera de lo estatal, hoy se trata de folclorizar sus propuestas socio-políticas. La inclusión de la Plurinacionalidad y el Buen Vivir en las constituciones de Bolivia y Ecuador y el discurso pro-indígena de los gobiernos del Socialismo del S. XXI deja de ser parte de un verdadero proceso de descolonización cuando como en Ecuador las prácticas jurídicas, económicas y políticas dan la espalda a esos principios. En los hechos, el Socialismo del S. XXI está tratando de convertir en pieza de museo las propuestas indígenas llevándolas a su propio terreno: el de la institucionalidad. Si antes eran las ruinas, las danzas y los trajes indígenas los que eran asumidos por el poder estatal con la intención de vaciarlos de su auténtico contenido, hoy asistimos a una asimilación de la propuesta política de los pueblos originarios que, en realidad, busca su destrucción.
Esta hipótesis -que debería ser observada con más detenimiento para el resto de países de la órbita socialista y especialmente para Bolivia- parece clara en el caso de Ecuador. Allí, este nuevo carácter del indigenismo está siendo implementado a un mismo tiempo que se usan estrategias indigenistas ya conocidas. La destitución de Lourdes Tibán como Secretaria Ejecutiva del Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador tras sus críticas a Correa durante las movilizaciones contra la Ley Minera, o el fin del carácter autónomo de la Dirección Nacional de Educación Intercultural Bilingüe, ha permitido a Correa situar sus fichas en dos de los tableros tradicionales del indigenismo: las instituciones estatales dedicadas a lo indígena y la educación.
Pero la más llamativa de las iniciativas de Correa fue la aprobación, el 12 de junio, del Decreto Ejecutivo 1780 por el que se asigna a las misiones católicas presentes en la amazonía la tarea de evangelizar e incorporar a la vida socio-económica del país a todos los grupos humanos que habitan dentro de la jurisdicción territorial encomendada, a través de emisoras de radio y televisión, destinadas a la difusión de la cultura y los valores morales que deben primar en todo ciudadano.
La Revolución Ciudadana -concepto surgido del pensamiento liberal- parece repitir los históricos errores de buena parte de la izquierda ortodoxa, incapaz de considerar lo indígena como sujeto de una propuesta civilizada. La estrategia ha tomado un cariz aún más sutil que bien podríamos denominar Indigenismo del S XXI y ante el cual el propio movimiento indígena -en su búsqueda de presencia en las instituciones- debería estar muy atento.
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* Sergio de Castro Sánchez, 1971, Valencia, Estado Español. Es Profesor de Filosofía y colaborador de diferentes medios de información alternativa como Kaosenlared, Rebelion, La Haine, Diagonal, Rojo y Negro, La revista de la CNT, LAvanç, Oaxacalibre o el Noticias de Oaxaca y Servindi. Ha escrito fundamentalmente sobre el conflicto social oaxaqueño, pero también sobre Nicaragua, Bolivia o el Sáhara Occidental.
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