Perú: La calle contra los palacios

La destitución de Martín Vizcarra encendió la mecha de las protestas callejeras. Su sucesor, Manuel Merino, debió renunciar en medio de masivas movilizaciones, y un segundo presidente fue elegido por el Congreso en una semana. Pero detrás de esta crisis, se puede identificar un profundo divorcio entre la sociedad, sobre todo de las nuevas generaciones, y la dirigencia política.

Por Carlos Alberto Adrianzén*

Nueva Sociedad, 18 de noviembre, 2020.- Al momento de escribir estas líneas, Perú era un país donde dos de las tres ramas del Estado carecían de personas a su cargo. Un Poder Ejecutivo sin presidente, ni vice presidentes; sin jefe del Consejo de Ministros y sin un gabinete en funciones.Un poder legislativo sin presidente, ni tampoco mesa directiva. 

La noche del domingo, el pleno del Congreso fracasó en formar una nueva mesa en una votación donde se postulaba una lista única supuestamente consensuada, que tenía a la cabeza a Rocío Silva Santisteban, una dirigente del Frente Amplio y activista de derechos humanos.

¿Cómo se llegó a esta situación caótica? El lunes 9 de noviembre, el Congreso electo en enero de este año, logró lo que hace un mes no pudo alcanzar: vacar al presidente Martín Vizcarra, que a su vez, sucedió en el poder al denunciante Pedro Pablo Kuczynski en marzo de 2018. 

Bajo el paraguas de investigaciones fiscales que mostraban indicios de corrupción de Vizcarra durante su paso por el gobierno regional de Moquegua hace más de una década, avanzaron con su objetivo de sacar al presidente del poder.

Hace varios años se acuñó el término de «coalición de independientes» para explicar el funcionamiento de los partidos políticos peruanos, con políticos que confluyen puntualmente en un proyecto político para abandonar el barco una vez que este deja de ser un vehículo idóneo. No hay ideologías, programas o proyectos de largo plazo. No hay una elite política sino elencos que se alternan el poder sin consolidarse en el tiempo.

Lo sucedido hace una semana replica el funcionamiento de la política electoral peruana, una variopinta coalición de intereses que tuvo como único punto de coincidencia la salida de Vizcarra.

Congresistas que representan empresarios de universidades cerradas por no alcanzar la calidad mínima, empresas que quieren realizar explotación de recursos naturales en áreas prohibidas, negocios de todo tipo. Congresistas que quieren continuar su carrera política en contra del ordenamiento jurídico vigente y otros que quieren escapar a los múltiples procesos judiciales que deben enfrentar. 

 De hecho, una lectura posible de la vacancia de Vizcarra es que algunos políticos poseedores de estos partidos sui géneris hayan buscado revertir tímidas reformas políticas implementadas y que con modestos resultados electorales en las elecciones presidenciales de abril próximo supondrían el fin de sus organizaciones y su principal sostén de su modo de vida.

La contracara de esta coalición oportunista es un presidente como Vizcarra que no entendió que requería un bloque parlamentario propio que le permitiese defenderse de los eventuales ataques del Congreso. Ni siquiera presentó una lista propia, ni tampoco construyó las alianzas políticas que le permitiesen enfrentar eventualmente al Congreso.

Era claro que las posibilidades de estabilizar el último tramo de su gobierno era seguir el modelo de un presidencialismo de coalición con un gabinete que expresase una coalición le diese sustentabilidad a su gobierno.

A fines de septiembre pasado, Vizcarra disolvió el Congreso –siguiendo sus atribuciones presidenciales– para desactivar los intentos conspirativos del fujimorismo.Envuelto en una ola de popularidad luego de la disolución, el mandatario optó por no presentar una lista para las elecciones de enero de 2020. 

 Sin ticket presidencial, estas elecciones donde el número de votos nulos, así como la abstención, fueron inusualmente altos, primó la fragmentación.Los partidos más votados alcanzaron apenas el 10% de los votos. Congresistas electos sin experiencia parlamentario completaron el cuadro que estamos viendo ahora.

Sin bancada oficialista, Vizcarra desgastó rápidamente su relación con los nuevos parlamentarios. Cuando en julio pasado se terminó el periodo de protección que ofrecía la posibilidad de disolución del congreso, pues la Constitución impide decretarla durante el último año del gobierno, la tensión escaló al máximo. Desde agosto los ataques del congresales fueron incesantes.

Si la coalición vacadora estaba débilmente estructurada, el gobierno de Manuel Merino –el presidente de la Cámara de Diputados que reemplazó a Vizcarra– también lo estuvo. La primera señal de alarma fue el discurso de asunción de este empresario ganadero del norte del país, pobre en ideas y lleno de lugares comunes, incapaz de reconocer el momento político que atravesaba el país. La desaparición del propio Merino de la escena pública una vez que se colgó la banda presidencia era la segunda señal.

Incapaz de cumplir su promesa de un gabinete de «ancha base» decidió refugiarse en palacio de gobierno. La confirmación de Antero Flores-Aráoz como su jefe del consejo de ministros («primer ministro») confirmó la imposibilidad de convocar personal político más allá de los cotos de la derecha más conservadora –e incluso racista– del país.

El grueso de los integrantes del gabinete fue reclutado de dos canteras principales: la Coordinadora Republicana, un espacio organizado en torno a políticos, operadores y periodistas conservadores que giraban en torno a la órbita del fujimorismo y que quedaron relegados de la escena política luego del cierre del Congreso fujimorista y la caída en desgracia de su líder, Keiko Fujimori. 

El otro sector –minoritario pero clave– fueron los representantes de los principales gremios empresariales del país que se integraron al gabinete. Fueron tres los ministerios que ocuparon estos sectores, con Patricia Teullet, Gerenta General de la Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (CONFIEP), el gremio que articula al gran empresariado peruano, como la figura más visible. Esta misma institución emitió un comunicado respaldando la presidencia de Merino en sus momentos iniciales.

No obstante, ni el gobierno de facto ni quienes se opusieron a la vacancia exprés de Vizcarra, ni tampoco los más diversos analistas, previeron el volumen que adquirirían las movilizaciones, encabezadas por estudiantes de institutos y universidades, que se iniciaron el mismo lunes por la noche luego de votarse la vacancia.

Si Merino y quienes lo acompañaron en esta aventura pensaron que la salida de Vizcarra eran el fin de sus problemas, se equivocaron. Las movilizaciones se multiplicaron velozmente. Las redes sociales funcionaron como el principal instrumento de organización y fueron muchas las técnicas adoptas por los movilizados de otras experiencias. 

Los aprendizajes obtenidos de las movilizaciones en Chile, pero también de Hong Kong, le sirvieron a quienes marcharon estos días. Tácticas como la utilización de punteros láser contra la policía, los mecanismos para desactivar las bombas lacrimógenas y el uso de movilizaciones descentralizadas para obligar a la policía a dispersar sus esfuerzos fueron parte de los paquetes tecnológicos adoptados.

Es justo también señalar que, si bien algunos sindicatos se hicieron presentes, los principales gremios recién decidieron sumarse a partir del jueves. En los últimos días, la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), principal central sindical del país, ha convocado una primera gran movilización para el próximo miércoles. Si para ese día la crisis política sigue activa, se podía ver un primer encuentro del movimiento juvenil que ha permitido la salida de Merino del poder con los sectores populares organizados.

Si la represión del jueves fue excesiva, con un gran número de heridos, algunos de ellos de gravedad, la del sábado fue simplemente criminal. Con el pasar de las horas y en la medida en que el gobierno «interino» de Merino se iba deshaciendo ante los ojos de la opinión pública, las fuerzas policiales reprimieron cada vez con menos controles políticos. 

 Se utilizaron no solo gases lacrimógenos, armas de fuego con perdigones de plomo y al parecer armas de mayor calibre. La noche del sábado dos estudiantes de 22 y 24 años fueron asesinados, aparentemente por miembros de la policía nacional. Más de 60 heridos e igual número de desaparecidos. Estos últimos han ido siendo ubicados con el pasar de las horas, pero aún hay algunos que permanecen con paradero desconocido.

Si la caída de Vizcarra por su formato se parece a lo ocurrido en Paraguay con el expresidente Fernando Lugo, destituido de forma exprés en 2012, lo del fin de semana se parece más al 2001 argentino y los días de enorme inestabilidad política y protestas callejeras que marcaron a ese año crítico.

El grado de movilización y el hartazgo de la ciudadanía con la situación política actual en una coyuntura ya difícil por la pandemia ha abierto la caja de Pandora. La propuesta de cambio constitucional se ha extendido, excediendo los sectores de la izquierda, y ha sumado a otros sectores sociales y también políticos.

La búsqueda de una nueva Constitución no se limita hoy a una reforma del modelo económico peruano. La crisis desatada por Merino y el gabinete de Flores-Aráoz demuestra la imposibilidad de reforma del sistema político.

Todos los proyectos impulsados por el Congreso peruano desde el regreso a la democracia, tras la caída de Alberto Fujimori en 2000, han fracasado. Las reformas políticas que han logrado implementarse son en el mejor caso incompletas, en el peor un Franknstein gatopardiano que busca que todo siga igual.

Una última anotación sobre lo hasta aquí sucedido es que la crisis muestra el ocaso de una generación de políticos que cómo admitió el breve Flores-Aráoz, no entiende lo que pasa en la calle, ni lo que quieren los que protestan. En términos generales, Perú es un país gobernado por políticos muy por encima de la edad de la población que pretenden representar. Incapaces de conectar con los deseos de los electores y de entender sus formas de representación política.Incapaces de conectar con los deseos de los electores y de entender sus formas de representación política.

Los jóvenes que han salido a marchar son la primera generación que ha vivido íntegramente su vida bajo gobiernos democráticos. Es imposible disociar este hecho de a sus expectativas políticas.

Esta desconexión entre el gobierno y la calle se agudizó con el gabinete extremadamente conservador que asumió el poder en el que primó una visión jerárquica y autoritaria de la política. Si las movilizaciones deberían jubilar a una generación política, con mayor razón deben servir para alejar a los sectores reaccionarios que vienen perdiendo peso en la sociedad hace varios años y que últimamente están refugiados en los márgenes de la opinión pública y el Estado peruano.

Al cierre de este artículo y en una segunda votación, el Congreso logró formar una nueva mesa directiva cuyo presidente se convertirá en el nuevo presidente del país. 

El parlamentario electo es Francisco Sagasti, perteneciente al Partido Morado de Julio Guzmán y un reconocido académico. Especialista en prospectiva e impulsor de diversas iniciativas para pensar el Perú de cara al bicentenario, seguramente Sagasti podrá formar un gabinete amplio que le permita gobernar hasta julio de 2021. 

En términos programáticos, el país se sigue moviendo bajo las mismas coordenadas de las últimas dos décadas, luego del breve exabrupto ultraconservador del gobierno de facto.

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*Carlos Alberto Adrianzén es licenciado en Sociología por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente es becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina y estudiante doctoral en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), en Buenos Aires.

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Fuente: Publicado en Nueva Sociedad en noviembre 2020: https://nuso.org/articulo/peru-la-calle-contra-los-palacios/
 

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Comentarios (1)
Anónimo (no verificado) Jue, 19/11/2020 - 11:07
Reproducido por Campana News Retitulada: LA GENERACION DEL BICENTENARIO EN LA CALLE Texto enviado por Mariano Muñoz Por Leon Moya Nov 17 del 2020 : 1. Que no existan organizaciones sólidas en el Perú no implica que no haya movilización. Desde hace un tiempo, funcionamos de forma contraintuitiva: no es primero te organizas, luego sales; es primero sales, luego te organizas. Antes, organizar era muy costoso: necesitabas una institución preexistente, fuerte y estructurada que pudiese centralizar todos los recursos (personas, información) y distribuirlos como mejor convenga: un partido, un colectivo, un sindicato. Pero el Perú es el reino de las instituciones débiles. Por eso, las últimas protestas pasaron por encima de ellas. Además, las redes sociales facilitaron el contacto e hicieron más rápida, y mucho menos costosa, la organización. De allí que, de un día para otro, se haya creado organizaciones valiosas y circunstanciales como las brigadas de salud o la primera línea de defensa. De allí que las protestas se hayan descentralizado como nunca antes en un tiempo tan corto: marchas en paralelo en Lima, Cusco, Puno, Tacna, Tumbes y, dentro de Lima, en Miraflores, Comas, La Molina, Cercado. La extensión nacional del paro de julio de 1977 se debió a años de organización sindical y partidaria. En cambio, el alcance nacional y descentralizado de las protestas de noviembre del 2020 se forjó en horas, pese a ser un país de ciudadanos desarticulados. Organización versus espontaneidad. Pasado versus presente. 2. Las instituciones sirven también para transmitir conocimiento, información, experiencia. Pero a veces, esos conocimientos se pueden transmitir por internet. Por ejemplo, durante años solo hubo dos cosas que hacer frente a una lacrimógena: patearla o devolverla, con el riesgo de quemarte el zapato o la mano. Sin embargo, en las protestas de Hong Kong del 2019, los jóvenes manifestantes empezaron a hacer algo distinto: desactivarlas con materiales caseros (#SinCienciaNoHayFuturo). Meses después, hicieron lo mismo en Chile. Y la semana pasada, lo hicimos al fin en el Perú. Nuestra innovación fue producto de lo global, no de lo local. Se miraba en otros manifestantes en el mundo, no en las lecciones de la CGTP. De hecho, la vieja CGTP está muy débil, lenta, anquilosada, lejísimos de los tiempos actuales. Basta con decir que convocó a su primera Jornada Nacional de Lucha contra Merino para el miércoles 18 de noviembre. Merino cayó el 14. 3. Estas protestas han sido amplias, masivas y descentralizadas porque han sido policlasistas. No son como las marchas durante el segundo gobierno de Alan García, mezcla de rezagos sindicales con jóvenes de clase media. Es la versión mejorada de las marchas contra la Ley Pulpín (2015) y el indulto (2017-2018). Parte de un aprendizaje: no basta con marchar en el centro de Lima. Hay que sacar a las marchas de allí. Hay que llevarlas a donde jode: a los distritos de clase media alta, al parque Kennedy, a la Javier Prado. Un paso más allá: hay que llevarlas a las casas de los políticos. De allí que veamos cosas que nunca antes habían pasado en el Perú: una marcha en La Molina, por la Alameda del Corregidor y Javier Prado, para llegar a la casa de Ántero Flores-Aráoz; una concentración en la esquina de Angamos con Velasco Astete para decirle su vida a Manuel Merino. En paralelo, seguían las tradicionales manifestaciones en el centro de Lima —que también fue el centro de la represión más dura—, y otras numerosas, pero en lugares antes insospechados para una manifestación contra un presidente: Magdalena, Pueblo Libre, Comas. Era predecible que Merino de Lama no contase con la clase media, pero no que tanta gente —de tantos sectores sociales— saliese a la calle a pedir su cabeza. 4. A la primera versión de La Generación del 68, el texto de Alberto Flores Galindo publicado en Márgenes en 1987, le sigue un comentario de Antonio Cisneros donde contaba, cachoso, su confusión cuando volvió de Londres y fue a la Plaza Dos de Mayo, a una manifestación por el Día del Trabajador en la primera mitad de los 70. Allí se encontró con una cantidad de obreros mucho mayor a las que había visto antes de irse del Perú, y también con un grupito de jóvenes blancos, vestidos de manera muy distinta a los obreros, que pedían revolución a gritos y tachaba al Partido Comunista de revisionista ante la indiferencia obrera. Allí señalaba la diferencia, quizá de modo caricaturesco: por un lado, una clase media alta, militante y radicalizada; por otro, el sector popular, lejano a disquisiciones ideológicas. Pensemos en estas marchas, lideradas por la “Generación del Bicentenario” y veamos lo que ha cambiado. La manifestación obrera que llenaba la plaza, de la que hablaba Cisneros, ya no existe. Es más, la CGTP ni siquiera participó de manera activa en la caída de Merino. El tinte ha sido más institucional que ideológico: sí, pedían cosas heterogéneas, pero el mínimo común era la salida del presidente de facto y la restitución del cauce democrático. Además, había claramente una diferencia generacional. Por un lado, la cantidad de jóvenes ha sido abrumadoramente mayoritaria. Y por otro, la restitución de la democracia pasaba por la cancelación de un gobierno que apestaba a viejo y que representaba a un Perú que ya había dejado de existir. Finalmente, las diferencias de clase no eran tan divisorias: las marchas fueron policlasistas justamente porque su agenda era única y convocante: fuera Merino, y regresemos a esos 20 años de democracia que no nos gusta, pero que no nos dejaremos arranchar. A esa democracia que no nos satisface y donde casi no nos escuchan, pero que es mejor a no ser escuchados nunca. 5. Ahora queda abierta una pregunta: jóvenes peruanos lograron restituir hoy una democracia que otros jóvenes peruanos restituyeron 20 años antes, pero que con el tiempo fue vaciándose de contenido. Al final, las esperanzas del 2000 quedaron en el aire, y la democracia se convirtió en un mero ritual que repetimos cada cierto tiempo: pararnos, votar, regresar a casa. Perdió sentido. ¿Cómo lograr que esta democracia, que acabamos de recuperar hace unas horas, vuelva a tener contenido, y no sea solo el vacío acto de votar cada cierto tiempo? Quizá la respuesta sea evitar hacer lo que se hizo en el 2000: regresar para siempre a casa después de lograr el cometido. Quizá la respuesta sea tener un pie en la casa, y otro pie en la calle.
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