Colombia: La Nación imaginaria del 2022

No se sabe todavía si las preferencias electorales estarán marcadas por candidatos de una extrema izquierda y una extrema derecha, como en las elecciones pasadas. Pero se augura que fuerzas radicales de izquierda y de derecha van a pujar por una polarización del espectro político, cada cual buscando succionar a la mayoría de los otros partidos y movimientos que se encuentran al margen de los extremos.

Por Efraín Jaramillo Jaramillo*

“La libertad es siempre y exclusivamente, libertad para el que piensa diferente”.
Rosa Luxemburgo

5 de setiembre, 2021.- Hay un amplio y variopinto abanico de candidatos que se encuentran en el partido de la carrera por la presidencia de Colombia. Pero son pocos los que encarnan una visión programática que trascienda su propia imagen.

Son emprendimientos individuales que responden al deseo de estar ahí, sin representar alguna fuerza social de importancia que los reconozca. Algunos son curtidos políticos que no dudan en abandonar o mudarse de partido, si los favoritismos electorales no benefician a su partido. Se desplazan por el espectro político como pez en el agua. Esto ocurre más a menudo –los años no los envejece, los desenmascara– debido a que las bases programáticas de los partidos se han desdibujado de tal forma, que se han desvanecido los matices ideológicos y los fundamentos filosóficos que los distinguían.

Otros intentan probar suerte por primera vez en el “mercado electoral”, confiando en su propia iniciativa individual y su impronta mediática favorable en redes sociales afines. Así las cosas y abreviando, son muchos los que se ven atraídos por el solio de Bolívar, pero son pocos los señalados para poner ahí sus posaderas por cuatro años. Sobre todo, son pocos los que tienen la capacidad organizativa y el capital político para disputar los dos primeros lugares de la primera vuelta.

No se sabe todavía si las preferencias electorales estarán marcadas por candidatos de una extrema izquierda y una extrema derecha, como en las elecciones pasadas. Pero se augura que fuerzas radicales de izquierda y de derecha van a pujar por una polarización del espectro político, cada cual buscando succionar a la mayoría de los otros partidos y movimientos que se encuentran al margen de los extremos. Algunas candidaturas parecen inofensivas, pero cada una por su lado tienen una cuota de poder suficiente para beneficiar o causarles daño a los competidores principales, de allí que el forcejeo entre las extremas se vuelva más enérgico.

Pero no es mi intención profundizar en este alegato político. Hay otros, más entendidos en esta materia, que lo hacen mejor. El enfoque que tiene este breve ensayo es diferente, pero igualmente importante en las circunstanciales electorales del momento. De antemano aclaro que no pido a nadie que comparta estas opiniones, o incluso que esté de acuerdo con el supuesto central de este ensayo. Sólo me gratifica saber que los conceptos que a continuación expongo puedan ser útiles para evitar –o superar– extravíos que alimenten la insoportable e inusual extrema polarización política de la Nación colombiana. Así, Colombia no tendría futuro.

Los insensatos se extinguen” (“Die Unvernünftigen sterben aus”) es una excelente y divertida obra de teatro de Peter Handke (1973). Pero diferente a lo que podría deducirse del enunciado esperanzador del nombre de esta obra, los insensatos aumentan por estos días en Colombia, mientras el número de los “razonables” disminuye. Eso es lo que se puede colegir de la atmósfera política del país en este año que termina. Lo curioso es que la insensatez, como el cáncer, tienen analogías: se cree que es algo que sólo les sucede a los otros.

Esta insensatez o turbación de la razón de muchos colombianos es producto de dos fenómenos, que Hannah Arendt distinguía como las dos enemigas de la política: la des-politización y la sobre-politización de la esfera de lo público. Para Arendt la des-politización, significaba una total indiferencia por la política, lo que comúnmente conduce a la desintegración de una sociedad. A diferencia de esta apatía por la política, la sobre-politización convierte en política todas las manifestaciones de la vida –la cultura, el arte, la religión, la historia, la moral, los sueños, el amor…–, desnaturalizándolas y suprimiendo de esta forma las diferencias entre lo político y lo no-político. De esa manera se generan ambientes propicios para toda suerte de autoritarismos, que conducen a la liquidación de la política, pues contradicen la esencial condición humana de la pluralidad del actuar y hablar juntos, que es la condición de existencia de todas las formas de organización política. Como reacción a estos abusos ideológicos de sistemas autoritarios, emerge –no siempre surge rebeldía– un rechazo, por la política, una apatía, una despolitización de las sociedades.

En el país, tanto la des-politización como la sobre-politización podemos identificarlas en amplios sectores de la población ¿Cuál de ellas le hace menos daño a la sociedad? Difícil saberlo, cada una le aporta sus propios perjuicios. Lo que sí sabemos es que sería fatídico en las actuales circunstancias del país, que populismos de derecha o de izquierda sobrepoliticen la vida pública, nublen el panorama político y perturben la mente de muchos colombianos, obstaculizando el camino de una construcción democrática de la Nación, sobre todo, deteriorando más la degradada gobernabilidad que experimenta el país desde hace varios años.

Aunque no sabemos qué hace menos daño, si seres apolíticos, desorientados –no necesariamente pobres–, pero propensos a seguir consignas luminosas y predispuestos a ser reclutados por ideas que ofrecen un último refugio: “una Nación imaginaria...”, el paraíso en la tierra; o seres obnubilados por una ideología, que sueñan con esa Nación imaginaria, pero hechizados por narrativas emotivas, confusas y simples, descalifican a sus rivales políticos, pues jugar con las emociones de las personas es siempre más eficaz que apelar a su sentido común, como lo anotó George Orwell en su reseña del Mein Kampf de Hitler.

Pero lo que, si sabemos con seguridad, es que no sería la primera vez en la historia de América, que políticos incapaces de ceder a su vanidad, llevan a sus pueblos a la ruina.

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*Efraín Jaramillo Jaramillo es integrante de la Comisión de la Verdad (Macro Región Pacífico).

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Fuente: Publicado en la edición 745 del semanario virtual Caja de Herramientas: https://viva.org.co/cajavirtual/svc0745/articulo06.html

 

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