Por Oscar Guerrero*
MIRevista Cultural, 24 de marzo, 2018.- La producción literaria del Premio Nóbel de Literatura 1999, Günter Grass, destaca como una de las manifestaciones intelectuales más coherentes con la problemática actual.
El compromiso asumido ante su pueblo desde tiempos en los que contradecir la norma mezquina de ocultar la responsabilidad de Alemania por el mar de sangre que propició era pecado capital, desde tiempos donde aquellos miserables pensamientos primaban en todas las capas de la sociedad alemana de posguerra, Grass demostró un coraje cívico sin precedentes. Él mismo reconocería: “el cuestionamiento sobre como era posible seguir escribiendo después de la experiencia de Auschwitz, fue lo que determinó toda mi creación literaria”. Pero años más tarde el mundo sería testigo de que no era imposible hacer resurgir de los escombros las letras alemanas.
Fue el autor de la célebre trilogía de Danzing uno de los últimos grandes personajes que asumió lo que se llamaba el compromiso en los años 50 y 60 con una resolución y un talento que le ganaron siempre la atención de un vasto público, que desbordaba largamente el ámbito intelectual.
Heredero de una historia que incluye dos guerras mundiales, el holocausto, la anestesiada hipocresía del milagro alemán y la unificación empresarial de una nación dividida, Grass ha escrito negras parábolas de la destrucción cargadas de un tonificante sentido del humor.
Su tema inagotable y obsesivo es el recuento de una nación con una memoria ingobernable. Contra el revanchismo que alimentó a la ultraderecha, Grass propuso evaluar el recuerdo del dolor alemán con sinceridad. Ha pedido durante décadas que los alemanes tenían que enfrentarse con su pasado nazi mediante su total aclaración. Terminada la contienda bélica se convirtió en declarado pacifista e icono de la literatura alemana.
Grass se labró una autoridad moral sobre los más controvertidos temas: el pasado nazi de muchos políticos alemanes, la reunificación alemana, la revolución cubana y la recomendación para que la misma se extendiera a toda Latinoamérica, la globalización, entre otros. No en vano el 68% de los alemanes sigue considerando a Gunter Grass como la conciencia de la nación, aún luego de haber hecho público en una entrevista concedida al diario “Frankfurter Allgemeine Zeitung” en su pasada adhesión a las temidas Waffen SS en su juventud. “Lo que había aceptado con el tonto orgullo de mis años jóvenes quise ocultármelo a mi mismo después de la guerra, por una vergüenza que surgió después. No obstante la carga subsistía y nadie podía aligerarla”, se confiesa en las páginas de su último libro “Pelando la cebolla”. Sin embargo siempre ha sido celoso de defender una posición como ciudadano que ha entendido las lecciones del tiempo que le toco vivir.
A la caída del muro de Berlín, propuso crear dos estados alemanes y discutir una futura patria confederada. Pero nadie consideró este propuesta. La unificación se llevó adelante al vapor de una nación dividida y con grandes contrastes socioeconómicos. La arrogancia de los alemanes occidentales ha hecho que los niveles de vida sigan disparejos, aunque también es cierto que la literatura se puede desarrollar a partir de estas rupturas y heridas.
En el campo intelectual y en más de una ocasión Grass criticó las directrices de la industria editorial vigente, que convierte al escritor y al traductor en actores secundarios dentro del mercado aludiendo que una editorial, por más fantástica que sea, es un edificio vació si no cuenta con buenos autores detrás. En el fondo se olvida que el editor es el empleado, y el escritor el verdadero empleador. Los editores tienden a sobrevalorar su papel, pero lo verdaderamente importante son los libros.
La visión del mundo de Grass, habiendo sido un testigo privilegiado de una época tan controversial, no puede ser otra que la de un humanista. El mayor sentimiento que se desprende de sus escritos es la compasión. Ha sido capaz de llegar al fondo de las complejidades humanas gracias a su poderosa escritura.
Todas estas preocupaciones que reflejan un claro sentimiento pacifista han sido compartidas y bien recibidas por muchos intelectuales ya consagrados. Dentro de esta línea, Mario Vargas Llosa, no obstante las discrepancias, ha reconocido que en el último medio siglo de vida europea, y sobre todo alemana, las ideas de Günter Grass enriquecieron el debate cívico y contribuyeron a llamar la atención sobre problemas y asuntos que de otra manera hubieran pasado inadvertidos sin el menor análisis critico.
Lo que increíblemente no tolera el autor de «Conversación en la Catedral» es que intelectuales brillantes como Thomas Mann, Víctor Hugo, Albert Camus, Jean Paul Sartre y el mismo Günter Grass creían que ser escritor era al mismo tiempo de fantasear ficciones, dramas o poemas, agitar las conciencias de sus contemporáneos, animándoles a actuar, convencidos de que el escritor podía servir también como guía sobre los grandes temas sociales, políticos, culturales y morales.
En mi punto de vista no entiendo porque Vargas Llosa rechaza esta misión esencial del escritor, no entiendo como no comparte esta característica inherente a los escritores comprometidos con su tiempo. Ha sido justamente el silencio guardado por la mayoría de intelectuales latinoamericanos sobre temas coyunturales ligados al atraso de nuestros pueblos lo que ha agravado la coyuntura social. Puesto que la gente no veía a intelectuales con suficiente arrojo para llamar las cosas por su nombre, dado que a muchos escritores les faltó valor para criticar lo criticable y la crisis desatada en nuestros países no era advertida prácticamente por nadie, los pueblos latinoamericanos sistemáticamente comenzaron a dar señales de resignación, apatía y retroceso.
Si el escritor se desentiende de los problemas del medio en el que vive, si, como Vargas Llosa pretende convencernos, los escritores tuvieran que mantenerse al margen y bien lejos de la vida social y política, tal vez sociedades como la alemana nunca hubieran alcanzado el actual estado de bienestar y progreso.
Me parece fuera de lugar la proposición del escritor peruano toda vez que sustraerse de los grandes problemas estructurales implicaría tarde o temprano la desaparición paulatina de ciudadanos, como son los escritores, comprometidos con la problemática de sus países. Acertadamente, Grass ha detectado el fuerte vínculo que une la política a los intelectuales, a los humanistas, a los hombres que estudian el comportamiento de la sociedad, y lo que es más importante, ha demostrado que ambos, intelectuales y políticos, van de la mano y se necesitan el uno al otro. El escritor nunca ocultó su filiación socialdemócrata. El cariño que las masas manifestaron constantemente hacia Günter Grass reflejó el hecho de que su discurso expresaba exactamente la situación en la que los ciudadanos vivían. No hay duda de que el escritor puede y debe constituirse en activista, en militante fiel a sus principios. Esa es la responsabilidad y designio definitivo de los hombres de letras.
Mención aparte merece la labor realizada por el grupo de 1947, donde destacaron escritores de la talla de Heinrich Boll, Hans Werner Richter, Paul Celan, Ingeborg Bachmann y el mismo Gunter Grass. Este colectivo se propuso hacer renacer la literatura alemana durante el período de postguerra.
Sus diatribas políticas declaman una fe esperanzada en las posibilidades del ser humano, al menos en su capacidad de cambiar, de aprender. Pero sus mejores obras expresan un profundo desespero ante nuestras inmensas limitaciones. Así, la obra “El tambor de hojalata” expone la negativa de Oskar, personaje principal, a unirse al mundo perverso de los adultos. Su rechazo a la normativa social imperante, muchas veces hipócrita, se ve reflejado en el estruendoso ruido que provoca al tocar su tambor de hojalata, obsequio preferido de cumpleaños.
Alguna vez Grass asevero que la paz jamás existió, “los escritores somos vehículos que transportamos las imágenes e historias de las guerras, porque nuestras letras mantienen viva la memoria de las atrocidades humanas”. En esa línea de pensamiento se inscribe el recorrido de Mahlke, protagonista del libro “El gato y el ratón”, que es movilizado al ejército nazi y pronto se convierte en héroe de guerra. Pero los sentimientos de repudio a un régimen totalitario se apoderan de él como un relámpago dirigido a romper con una pertenencia tan indeseable. Grass nos conmueve con el relato de las peripecias que experimentan un grupo de niños cuya inocencia y desorientación son aprovechadas por la demagogia nacionalsocialista.
Probablemente “Mi Siglo” sea la creación literaria más abarcadora de quien recibiera el Premio Príncipe de Asturias en 1999. En ella aparecen cien relatos cortos de los momentos más cruciales del siglo XX contados con una prosa repleta de múltiples recursos metafóricos y elementos sarcásticos. La guerra civil española, los años previos al ascenso de Hitler al poder, la barbarie de los campos de concentración, la Europa de postguerra, el antagonismo retórico propio de la guerra fría, la comuna de París, la reunificación alemana, la sociedad del consumo y otros tópicos son abordados para hacernos recordar los escasos consensos a los que arribaron las naciones y la obsesión beligerante de quienes albergan sueños de hegemonía.
En definitiva, Günter Grass ocupa un lugar privilegiado en la memoria de todos aquellos que luchan por redimirse de un pasado oprobioso. El mayor legado que nos deja es el ejemplo de sí mismo, del hombre que no teme a las corrientes de opinión dominantes en un momento histórico y se interna en el campo de las grandes gestas sociales. Con todo lo que hizo en vida, Grass pasó a la posteridad como una de las plumas más notables del mundo occidental.
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*Oscar Guerrero es Docente en Universidad Nacional Toribio Rodríguez de Mendoza de Amazonas, Director General de MIRevista Cultural.
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