Pese a las condenables experiencias de represión hacia los estudiantes universitarios ocurridas, por ejemplo, durante el gobierno de Alberto Fujimori, ciertos conductores de televisión y un sector de la sociedad exigen criminalizar la protesta de los jóvenes universitarios.
Por Gustavo Espinoza M. (*)
ALAI, 10 de abril, 2018.- Los estudiantes han vuelto a hacer noticia en nuestro país. En días pasados, demandando el mejoramiento académico de la Universidad de San Marcos, estudiantes de diversas facultades iniciaron un movimiento que dio lugar a la ocupación transitoria de las instalaciones de la Ciudad Universitaria de San Marcos.
Las autoridades –una vez más- se negaron a establecer un vínculo de diálogo con los jóvenes, optaron por dar la espalda a los reclamos y, finalmente, recurrieron al más fácil y expeditivo de los expedientes: llamar a la policía para que, por la fuerza, desaloje a los jóvenes y los eche de las aulas tomadas.
Curiosamente estalló este conflicto en Lima cuando se cumplían 100 años del Grito de Córdoba, esa demanda argentina liderada por Alfredo Palacios y sus compañeros, que enarbolaron banderas que hicieran flamear los estudiantes de nuestro continente en muchos países, y también en el nuestro.
Ellos eran la esencia verdadera de la universidad. Más importantes que los docentes y los libros, que los edificios y los anaqueles; los estudiantes eran la universidad viva, es decir, aquella que palpitaba al unísono de su tiempo, y buscaba afanosamente ocuparse de los retos que tenía su país planteado.
Hay que subrayar sin embargo el hecho que nueve años antes, en el Perú, y más precisamente en la Universidad San Antonio de Abad, en el Cusco, se originó un movimiento similar al que ocurriría en la patria de don José de San Martin casi una década más tarde. Pero la Reforma del Cusco resultó menos conocida, y menos difundida, que la de Córdoba. También en esto se impuso nuestra errática tendencia a ensalzar lo ajeno, relegando lo nuestro.
Pero en todos los casos –en el Cusco primero; Argentina después y Lima hoy– la demanda fue la misma: los jóvenes quieren estudiar en una Universidad democrática, libre, y mejor calificada Y se alejan de las deformaciones seudo académicas que aún subsisten en el empeño de favorecer a camarillas retrógradas.
Ortega y Gasset, un filósofo español ajeno a cualquier prédica revolucionaria o extremista, habló en su tiempo de la “Misión de la Universidad” y se ocupó con detenimiento y sabiduría de los conflictos que colocaban, de un lado “a las autoridades y su Guardia Suiza de Bedeles, y del otro a la horda escolar”, alentando el encaramiento racional de esas diferencias, decía en tono lapidario: “solo la estupidez puede tranquilizarse con echar la culpa de problemas tales a los estudiantes”. Y, claro, reclamaba de las autoridades una actitud abierta, dialogante y comprensiva, entendiendo que eran los estudiantes los verdaderos protagonistas de la vida universitaria.
Para él también, las autoridades existían –y se justificaba su existencia- porque había estudiantes en el campus universitario. Ellos eran la esencia verdadera de la universidad. Más importantes que los docentes y los libros, que los edificios y los anaqueles; los estudiantes eran la universidad viva, es decir, aquella que palpitaba al unísono de su tiempo, y buscaba afanosamente ocuparse de los retos que tenía su país planteado.
En ese espíritu, es que hay que entender la vida universitaria. Para protegerla se demandó en su tiempo la autonomía académica, económica y administrativa de las universidades; exigencia que no implicaba en absoluto extraterritorialidad.
Luis Alberto Sánchez, hace algunas décadas, publicó un libro titulado “La Universidad no es una isla”, orientado a afirmar más bien los vínculos que unían a la universidad con la sociedad y con su tiempo. Pero en esos años el líder aprista parecía estar más bien convencido que la universidad era, sí, un campo de concentración. Buscaba, en ese entonces, maniatar, doblegar y disciplinar a los estudiantes por la fuerza para “alejarlos” del “pensamiento marxista”.
El tema volvió a tornarse de actualidad en los años del fujimorato. El mandatario de entonces –que fuera rector, en el único momento bueno de su carrera profesional– descubrió en el pensamiento marxista, su rival más encendido; y ordenó verdaderas operaciones de “rastrillaje” en las universidades para “acabar” con las ideas revolucionarias y reprimir a quienes las portaban.
Como una demostración de la “eficacia” de sus métodos, un comando militar –aquellos años- voló con cargas de dinamita un busto alzado en homenaje al “Che”, que había sido colocado por los estudiantes en las escalinatas de acceso a la Facultad de Letras de la ciudad universitaria de San Marcos.
Fue esa apenas una advertencia. Después vendría el hecho más difundido –la matanza de La Cantuta– que opacara otros igualmente execrables, pero menos difundidos, ocurridos en Huancayo, Ayacucho, Tarapoto, en la Universidad del Callao y hasta en las de Lima, donde centenares de alumnos fueron privados ilegalmente de su libertad, conducidos a centros clandestinos de reclusión, sometidos a prácticas de tortura institucionalizada y juzgados luego, y condenados en procesos secretos, con jueces sin rostro, que dictaban sentencias anónimas, en muchos casos a cadena perpetua.
No es terrible que ahora ello se recuerde. Lo terrible es que algunos aspiren a repetir la historia. Presentadores de la TV, como Phillip Butters o Magaly Medina o usuarios de redes, no han tenido mejor “idea” que exigir que los estudiantes sean enmarrocados y encarcelados para sancionar, así, la protesta.
Fascistas, finalmente, no trepidan en demandar “castigo ejemplar” para que los jóvenes aprendan a callar y obedecer.
Un aplauso largo y jubiloso merecen los jóvenes que se batieron en los últimos días en la ciudad universitaria de San Marcos; la renacida FUSM y su actual presidente Jesús Gerardo Salas, que condujo con habilidad e inteligencia, ese legítimo movimiento.
La liberación de todos los estudiantes ilegal y arbitrariamente detenidos en ese episodio, no hace sino confirmar la vileza del atropello consumado contra la juventud y los estudiantes en el marco de este episodio.
Las personas con decoro y dignidad sabrán valorar el ejemplo de los estudiantes, que muestra que en el Perú, nada está perdido. Mientras haya jóvenes que luchen, la bandera de los pueblos quedará enarbolada.
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*Gustavo Espinoza, del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera http://nuestrabandera.lamula.pe
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