La maestra Guissenia Rodríguez del pueblo nomatsigenga ofrece un sentido relato sobre los caminos que ha atravesado en la vida, desde su particular crianza hasta la partida repentina de su esposo asesinado por defender su territorio. Con todo ello, sentencia: “Estoy de pie y espero seguir así por las trochas de la vida”.
Guissenia es una docente nomatsigenga de 38 años, difusora de su lengua originaria mediante la elaboración de materiales educativos y forma parte del Ministerio de Educación desde el año 2023.
Actualmente, pertenece al equipo de la Dirección de Educación Intercultural Bilingüe y su relato forma parte del libro del Ministerio de Educación: “Minedu, Mujeres de lucha y motivación” que recopila relatos de experiencias y vivencias de mujeres reales.
Cada narración muestra los retos y dificultades que cada mujer enfrentó con “tenacidad, pasión, resiliencia y deseos de superación”. El relato de Guissenia Rodríguez conmueve y cautiva y es una muestra ejemplar de la recopilación.
Una mujer nomatsigenga en las trochas de la vida
Por Guissenia Liesbet Rodríguez Espíritu*
6 de abril, 2024.- Todas las mujeres que conozco tienen algo importante que compartir. Cada una es un ejemplo de lucha y de esperanza. Yo soy nomatsigenga y, de acuerdo a las antiguas costumbres de mi pueblo, toda mujer en la edad de su primera menstruación se convertía en casadera. Además, los matrimonios eran arreglados. Esta costumbre permitía hacer alianzas entre familias para fortalecer la unidad del pueblo, evitando conflictos. Pero con la llegada de la escuela, las mujeres de mi pueblo se rebelaron, porque muy pronto tenían hijos y no podían seguir estudiando. Una de ellas fue mi mamá.
Ella escogió sola a su futuro esposo, por eso, cuando yo nací, mi abuelo estaba furioso. Apenas me vio, me despreció, y le pidió a mi abuela que me sacaran de su vista. Entonces, me llevaron a la casa de una tía abuela. Mi madre siempre recuerda lo doloroso que fue para ella que me arrancaran de sus brazos. Es por eso que yo crecí rodeada de las sabias de mis abuelas que hablaban solo nomatsigenga. Aparte de mi abuelo furibundo, yo me sentía feliz y libre como un colibrí. Pero la vida no tardó mucho tiempo para mostrarme su lado amargo.
Cuando tenía seis años, mis padres me enviaron a la escuela del centro poblado, donde la mayoría de los niños hablaban solo castellano. Muy pronto, se dieron cuenta que yo era diferente, entonces, empezaron los insultos y burlas. “No sabe nada”, decían entre risas. “Campa”, “nativa”, “atún”, “culebra”, entre otros apelativos de desprecio, me gritaban desde lejos.
Mis padres estaban empeñados que yo aprenda castellano, por eso solo me hablaban ese idioma. Para llegar a la escuela tenía que caminar una hora y media. En los días de lluvia protegía mis cuadernos con hoja de plátano. Un día de verano, cuando regresaba de la escuela, apareció, repentinamente, una gran cantidad de ganado que estaban trasladando de un pastizal a otro. Me asusté hasta los huesos, corrí sin dirección y trepe hasta la punta de un árbol, temblando de miedo. Los caminos no siempre son seguros, eso lo aprendí desde pequeña.
Cuando estaba en tercer año de secundaria, un día que me dirigía al colegio, un auto se detuvo delante de mí y el conductor me pidió que subiera. Ante mi negativa, otra persona salió del auto y tomándome de la cintura me subió a la fuerza. A medida que avanzaba el carro, mi cuerpo temblaba de miedo. En la conmoción no atinaba a decir nada y en mi mente solo imaginaba cosas terribles. Cuando el carro se acercó a una casa, surgió mi voz como un alarido y grité con todas mis fuerzas, pero nadie me escuchó. Entonces, decidí abrir la puerta del auto y salté. Rodé por la carretera, corrí hacia el monte sin parar, y subí nuevamente a un árbol. Con las rodillas y brazos ensangrentados llegué donde mi abuela. Mis padres me mostraron un nuevo camino, por eso volví a las trochas. Caminé por bosques y chacras durante dos años.
Mis padres insistían que yo siguiera estudiando. Ellos solo lograron estudiar hasta primaria. A pesar de lo contrario que era la corriente para mí, logré terminar la secundaria, obteniendo el primer puesto del quinto año “B”. Yo quería estudiar cualquier profesión, como también era el deseo de mis padres. Fue entonces, cuando me mudé a la provincia para estudiar en un instituto la carrera de Administración de Empresas. Para poder solventar mis estudios, trabajé en un programa de alfabetización. A raíz de esta experiencia me di cuenta que me gustaba enseñar, es por eso que decidí estudiar pedagogía. Esta profesión me ha permitido volver a mi comunidad y enseñar a los niños nomatsigenga.
Cuando llegó el momento, también me casé y tuve a mis pequeños hijos. Yo escogí a mi esposo, nadie me entregó al matrimonio forzado. Pero un trágico 19 de abril de 2022, mi vida dio, nuevamente, un vuelco, el padre de mis hijos fue asesinado. Él era un dirigente defensor de nuestro territorio. El dolor me envolvió nuevamente con todas sus espinas y, esta vez, ya no había árboles para subir y dejar que lo malo se vaya. Caí en una profunda depresión.
En mi duelo, comencé a tejer con mostacillas. A pesar del dolor, que aún es latente, mis manos crean flores de colores luminosos convertidos en collares y aretes, que adornan los rostros de mis compañeras. Sigo buscando justicia por el asesinato de mi esposo y, actualmente, estoy elaborando materiales de lectura en mi lengua originaria. Estoy de pie y espero seguir así por las trochas de la vida. Cada mujer, con su fortaleza y su enorme tenacidad para afrontar los vaivenes de la vida, crea sus propios árboles para subirse y abrazarse a ellos, recargarse de energía y seguir su camino.
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