Este texto hace parte de reflexiones sobre la visita a las comunidades indígenas del Territorio Indígena Multiétnico (TIM) de Bolivia, auspiciada por la Organización de Apoyo Legal y Social ORE, en septiembre de 2023. Aunque la visita se realizó con participación de personal técnico de ORE y líderes indígenas del TIM, las ideas aquí expuestas no representan la opinión de estas organizaciones.
Barbarie, Trauma y Enajenación (1)
Por Efraín Jaramillo Jaramillo, Colectivo de Trabajo Jenzera
“En tiempos de incertidumbre
la gente está dispuesta a creer
en los más tremendos disparates.”
George Orwell
25 de agosto, 2024.- Finalizando el siglo XVII los indígenas de Tierras Bajas de Bolivia experimentaron sombríos encuentros con gente extraña. Un primer caso se presentó cuando los indígenas colisionaron con ordenes religiosas católicas que llegaron a sus regiones para plantar el cristianismo. Consideradas “paganas”, las creencias religiosas, cosmovisiones y costumbres de los aborígenes, fueron de tal manera arruinadas, que no subsisten en el presente sino como “trazas” de lo que representaban para el manejo del territorio y la convivencia comunal, sobre todo de la avenencia que establecieron con la selva, para vivir de ella sin causarle daños a su biodiversidad. Fue un encuentro que duró casi un siglo y que se inscribe en la historia como uno de los tantos “pecados originales” cometidos por la locura mística cristiana en tierras americanas.(2)
El segundo encuentro fue más corto, pero más trágico. Si los primeros habían sido usurpadores de almas y creencias, estos eran vándalos que venían a explotar el caucho y abusar de su mano de obra para la recolección del látex. Esto ocurrió a finales del siglo XIX, durante las llamadas “caucherías”, que duró hasta la segunda década del siglo XX.
Un tercer encuentro, tan infortunado como los anteriores, se registró, cuando ya bien entrado el siglo XX, empresas madereras llegaron a desmantelar sus bosques. A este pillaje de recursos forestales, se unirían otros personajes, igual de funestos, que llegaron para explotar los suelos, arrasando la selva para implantar estancias ganaderas y otras industrias, entre ellas el cultivo de la coca.
Estas bárbaras intervenciones en sus vidas y territorios, representaron para los indígenas drásticas rupturas con sus modos de vida y costumbres: fueron traumas, que ocasionaron su desintegración sociocultural.
Estudiosos del tema definen el trauma como un sufrimiento individual de angustia y desesperanza con manifiestos trastornos colectivos. Es causado por eventos que amenazan la vida y el bienestar de una persona o comunidad y deja heridas sicológicas, físicas —individuales o colectivas— de forma permanente. (3)
El trauma tiene muchos orígenes, significados y consecuencias.
El trauma tiene muchos orígenes, significados y consecuencias. Para grupos marginados y en especial para pueblos indígenas, un trauma tiene repercusiones muy complejas. En el caso que aquí analizamos, el trauma fue el resultado de procesos de inculturación evangélica, que continuó con la explotación semi-esclavista de su mano de obra por compañías caucheras y se prolongó con los saqueos forestales y ampliación continuada de la frontera agrícola y ganadera sobre sus selvas.
Todas estas vivencias traumáticas han contribuido no solo al deterioro de sus estructuras sociales y económicas, sino que han dejado una huella indeleble en sus mentes, causando un estado de enajenación, como si una sombra hubiera crecido sobre la memoria, perturbándola.
Es notorio que a las personas y comunidades que han sufrido eventos traumáticos, les resulte difícil reencontrarse con el pasado. Pues, el trauma provoca una especie de “amnesia retrógrada”, que despoja a los individuos de la capacidad de recuperarse frente a situaciones que han perturbado sus mentes. No solamente se profanaron sus cosmovisiones, también se lastimaron sus territorios, se arruinaron sus bienes ambientales y se desestructuraron social y políticamente sus organizaciones. “La integridad física no resiste ante la disolución de la personalidad social”, había observado Levi Strauss en Tristes Trópicos.
Y aunque esa diversa gama de traumas experimentados dificulta un reencuentro con el pasado, una reconstrucción de los sucesos que produjeron los traumas, es un ejercicio que tiene fines restaurativos, sobre todo en pueblos que han visto enajenadas sus identidades.
Reconstruir la memoria, para reconocer situaciones traumáticas vividas, confiere a los pueblos un efecto reparador en términos culturales y organizativos.
Desde una perspectiva antropológica, reconstruir el pasado es, en esencia, una ‘rememoración’ —función simbólica de la memoria— para interpretar y resignificar el pasado. Reconstruir la memoria, para reconocer situaciones traumáticas vividas, confiere a los pueblos un efecto reparador en términos culturales y organizativos.
Revisando los estudios antropológicos sobre los indígenas de Tierras Bajas de Bolivia, encontramos, sin embargo, pocas referencias a las perturbaciones sicológicas experimentadas por estos pueblos, como producto de los impactos traumáticos antes señalados, que lastimaron severamente sus cosmovisiones y alteraron sus relaciones con los territorios. Sobre todo, ha sido descuidado el hecho de que el territorio también sufrió incidentes “traumáticos”, que han dejado huellas imborrables en sus bosques, en sus ríos, en su flora y en su fauna. Esas trazas producen efectos de gran significación; traen recuerdos, que perturban el alma de sus pobladores y provocan reacciones emocionales. ¿No podría esto ayudarnos a entender la conocida “Búsqueda de la Loma Santa”, arraigada en varios pueblos de la región? ¿El anhelo de reencontrarse con un territorio libre de todo mal?
Esto se explica por la circunstancia de que el territorio es entendido simbólicamente como un ser con vida propia, un cuerpo con comunidades —de animales y plantas— y ecosistemas, con presencia humana y manifestación de múltiples conflictos; es por lo tanto un cuerpo que se modifica en relación con otros cuerpos —léase “territorios”—. Y ya que los indígenas están unidos a ese cuerpo —de manera simbiótica— como si fueran “una y la misma cosa”, cambios en el uno representan modificaciones en el otro. Y como encarnan articulaciones íntimas entre los humanos y la naturaleza, los territorios también dan indicios, sobre la manera como se rompieron esos vínculos.
Aún más, por ser también una realidad materializada en el espacio, este territorio “alegórico” —simbólico— tiene una permanencia propia en el tiempo y en el imaginario de los pueblos indígenas, que permite ser identificado aún después de la desaparición de los sujetos originarios que lo crearon, los llamados “ancestros”. Este ‘territorio ancestral’ se entiende entonces como un espacio vivido, más que conceptualizado, representado cartográficamente o medido en hectáreas. Y es gracias a esta permanencia en el imaginario indígena, que este espacio conserva estructuras y testimonios de sus fundadores. (4)
Los territorios “generan información”: En el transcurso de un poblamiento, los indígenas han dejado señales. Son “improntas” de su relacionamiento con el territorio —cementerios, reliquias y otros vestigios de su cultura material—, de los vínculos que establecieron con el bosque para su obtener los medios materiales para su pervivencia —caminos, puentes, árboles frutales en sus chacos abandonados—. Dejan también, conscientemente, testimonios grabados, para representar — o “semantizar”— su pertenencia a un territorio, como han sido, para el caso de los indígenas amazónicos de Bolivia, los geoglifos t’simane que Karin Hissink, descubrió en el río Pachene. (5)
Geoglifos t’simane dibujados por Albert Hahn
Grabados rupestres en el río Pachene. Foto de Karin Hissink del año 1952.
Arte rupestre en la Amazonia colombiana
Los territorios no sólo “informan” sobre las relaciones entre los humanos y la naturaleza, también muestran trazas de lo fatídico que han sido las rupturas de esa hermandad.
En una investigación colaborativa de pueblos indígenas con la Universidad de Colorado (6), se analizaron manifestaciones de trauma colectivo en pueblos étnicos marginalizados —indígenas y afrodescendientes— de Colombia, cuyas identidades estaban determinadas por relaciones culturales, ambientales y socioeconómicas con el territorio, relaciones que precedían a la creación del Estado colombiano y que diferían notablemente de las relaciones con la tierra de otros grupos sociales del país. Esta ocurrencia había originado el concepto de “pueblos étnico-territoriales” para referirse a poblaciones que han compartido sentimientos similares por el territorio (7); que construyeron lazos interculturales de solidaridad para protegerse de los atropellos del régimen colonial y posteriormente, durante la República, para detener la expansión de intereses económicos, que de forma violenta captaban rentas, se lucraban de actividades extractivistas de recursos naturales, expropiaban territorios violentamente y se apropiaban de excedentes de producción de estas comunidades. (8)
Son circunstancias históricas análogas a las que encontramos en las Tierras Bajas de Bolivia. En ambas situaciones se habían producido procesos de deshumanización de la población. Eran procesos que habían sido motivados por la codicia, tolerados por el racismo y auspiciados por políticas discriminatorias de los Estados.
Recolectoras de concha de Piangua de la comunidad de Santa Cruz en el Río Naya. Foto Jenzera
Para el caso boliviano, los relatos que escuchamos de los pobladores indígenas del Territorio Indígena Multiétnico (9), daban cuenta de como el desarrollo del portafolio económico del Estado, había conducido, semejante al caso colombiano, a una pauperización de las comunidades indígenas de Tierras Bajas. En particular sorprendía la similitud del contenido mediático de las políticas públicas de los dos Estados: Tanto para las Tierras Bajas del Pacífico colombiano, como para las de Bolivia, se trataría de llevar desarrollo a esas regiones marginadas. Este manejo ideológico de un supuesto proceso civilizatorio, contribuía a mantener enajenada la conciencia de los pobladores, sobre su situación real, como lo señalaba Orwell con su aforismo de que, “quien controla la memoria controla también el futuro”. Y ese es el punto. Se trataba de una ideología que cumplía la función de “introyectar” valores en mentes desconcertadas y angustiadas.
Indígenas de Tierras Bajas de Bolivia. Foto: Fátima Monasterio Mercado.
Freud llama “introyección”, al proceso inconsciente, mediante el cual una persona, al identificarse con otra, adopta sus ideas y conductas. Este concepto facilita la comprensión de cambios de comportamiento en algunos individuos o comunidades. Uno en especial importa destacar aquí, que tiene que ver con la introyección de conductas de comunidades indígenas que han sufrido las consecuencias de los traumas antes descritos.
No es raro encontrar en personas “traumatizadas”, que agobiadas por una amenaza —y que por demás intuyen, que no habría nada ni nadie en el mundo que pueda protegerlas—, opten por identificarse con otras ideas que pudiesen “salvarlas”. En esos casos específicos, los seres humanos hacemos desaparecer nuestro “self” —“sí mismo”—: “Ensombrecemos” las creencias, conceptos y representaciones que tenemos de nosotros mismos.
Completamente olvidados de “sí mismos” y estigmatizados cultural y racialmente, las personas pueden llegar a identificarse con “tremendos disparates”, como indica el epígrafe de Orwell. Pueden identificarse, aún, con la ideología y credo de sus agresores. Y es que no es fortuito, que haya familias indígenas —afortunadamente todavía pocas en Bolivia, pero creciente en muchas zonas de Colombia, debido a la violencia— que, agobiadas por afugias económicas y sociales, terminen “adorando” a los dioses de los que les hicieron daño y obedeciendo a las “leyes del mercado” —maderero, ganadero, minero, coquero— que viene arrasando con sus bosques, sus ríos y su fauna. Dicho de otra manera: Dejan de ser ellos mismos, asimilando los rasgos, conductas y puntos de vista de sus agresores. Esto sucede de forma automática: Son fenómenos que atraviesan sus vidas y que por lo regular pasan desapercibidas por ellos mismos. De allí lo perturbador de estos procesos.
Introyectar el punto de vista del agresor es una muestra cruel de la abyección humana, que entre sus efectos psíquicos están la angustia y la alteración de la existencia, que terminan desvalorizando a las personas, y al grupo al que pertenecen, puesto que crean sentimientos de culpa inducidos por una supuesta “inferioridad.” Una de las consecuencias de esta alteración psíquica que produce la ‘identificación con el agresor’, es que, de persona amenazada, se transforma a sí mismo en una persona que amenaza. Esto ha sucedido en las Tierras Bajas del Pacífico colombiano, donde se han presentado casos dramáticos de afrocolombianos e indígenas, que agredidos, humillados, y desalojados de sus territorios, pierden el sentido de la identidad de pertenencia a un colectivo y se identifican con los valores de sus agresores, que los reclutan. En virtud de estas adhesiones y reclutamientos, terminan convirtiéndose en ‘victimarios’ de sus propias comunidades.
Hay más similitudes entre estos pueblos de Tierras Bajas de Bolivia y de Colombia. Una muy grande y esperanzadora, es que es común a estos pueblos étnico-territoriales la forma —cada cual a su manera— de recrear sus identidades, no pensando tozudamente en “restaurar” lo que para siempre han perdido —“desenterrar sus dioses” al decir de Stefano Varesse—, sino partiendo de lo que hoy tienen y anhelan seguir conservando: vivir en comunidad —lo cual les brinda seguridad y protección—; permanecer en su territorio y restaurarlo ambientalmente bajo parámetros de propiedad privada colectiva; desarrollar autónomamente sus organizaciones comunitarias para recuperar —y revitalizar— asuntos significativos para sus vidas; y lo más importante, restablecer las relaciones de convivencia con el bosque, una “reconciliación” con su espacio de vida, que es necesaria para su pervivencia material y espiritual.
Pero también existen diferencias. Los indígenas y afrodescendientes del Pacífico, cuyas memorias habían sido manipuladas o confiscadas y aún destruidas en algunas regiones, vienen “despertando” y son cada vez más conscientes de su enajenación. Sobre todo, se han dado cuenta de que los daños infligidos a sus comunidades y territorios no tienen porque seguir repitiéndose incesantemente. Lo más importante: han avizorado que el mejor camino —quizás el único— para superar sus traumas, es revertir las consecuencias sociales y económicas que estos ocasionaron en sus pueblos. Creemos que eligieron el camino correcto…
Notas:
(1) Este texto hace parte de reflexiones sobre la visita a las comunidades indígenas del Territorio Indígena Multiétnico (TIM) de Bolivia, auspiciada por la Organización de Apoyo Legal y Social ORE, en septiembre de 2023. Aunque la visita se realizó con participación de personal técnico de ORE y líderes indígenas del TIM, las ideas aquí expuestas no representan la opinión de estas organizaciones.
(2) En esos afanes misioneros que caracterizaron a los jesuitas de entonces, también llegaron a Japón por la misma época en que arribaron a Bolivia —mediados del siglo XVII—. Pero allá, este episodio misionero les resultó fatal, y fueron ellos los que tuvieron que abdicar de la doctrina cristiana. Similar a lo descrito por Joseph Conrad sobre el choque de culturas, el racismo y la violencia humana, allí fueron los misioneros los que descendieron al “corazón de las tinieblas” por medio de la duda y el horror: la inquisición japonesa desplegó copiosamente la crueldad sobre sus cuerpos para obligarlos a renegar de su fe. Martin Scorsese en su magnífica película “Silencio”, introduce la duda, de si tiene algún sentido el cambio —y ruina— de un credo religioso budista, por otra creencia, que se alimenta de la promesa de un futuro mejor, pero en el más allá, después de la muerte.
(3) Velasco, Marcela: “Collective Trauma Among Ethnoterritorial Groups: Introducing a Framework and a Method through the Case of Colombia.”
(4) Que se expresan por medio de sus cuentos, mitos y leyendas, y se manifiestan en sus ritos y festividades.
(5) Hissink, Karin: “Felsbilder und Salz der chimanen-indianer”. Expedición del Frobenius-Institut de Frankfurt a.M., realizada entre los años 1952 y 1954.
(6) Oficiada por Marcela Velasco, profesora asociada de ciencia política de la Colorado State University y asesora del Colectivo de Trabajo Jenzera en el desarrollo de la Escuela Interétnica con pueblos indígenas y afrocolombianos del Pacífico colombiano, que realiza el Colectivo de Trabajo Jenzera.
(7) El término ha sido ampliamente usado en Colombia desde 1980 para trazar conexiones entre las comunidades negras del Pacífico y los grupos indígenas.
(8) El comercio desigual de productos es uno de los medios de expropiación: compra de productos de las comunidades a bajo precio versus venta de productos industriales a alto costo.
(9) Durante nuestra visita a las comunidades indígenas del Territorio Indígena Multiétnico en septiembre de 2023, auspiciada por la organización ORE.
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* Efraín Jaramillo es antropólogo colombiano y ha acompañado las luchas de organizaciones indígenas colombianas durante los últimos 40 años. Fue asesor del delegado indígena Alfonso Peña Chepe a la Constituyente de 1991. Es miembro del Colectivo de Trabajo Jenzerá, un grupo interdisciplinario e interétnico fundado en 1998 por personas con amplia experiencia en el acompañamiento a pueblos indígenas, afrocolombianos y campesinos, en varias regiones de Colombia.
SOBRE EL COLUMNISTA
Efraín Jaramillo Jaramillo
es antropólogo colombiano, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá, un grupo interdisciplinario e interétnico que se creó a finales del siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por la empresa Urra S.A. El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga fue dado a este colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.
Comentarios (1)
Excelente nota. Obliga a repensar lo que pensábamos hoy como re-conocimiento del sujeto indígena