Colombia: Recordando a Kimy Pernía a 20 años de su desaparición

El asesinato de Kimy Pernía es mucho más que un asesinato. Los embera tienen su espacio de remanso después de la muerte y a ese lugar lo llaman “bâja”. Ese tránsito, que es tan primordial para sus hombres, no es posible sino después del ritual de despedida, que llaman “bewara”, y en ese ritual su cuerpo es indispensable. A Kimy no sólo le arrebataron a la fuerza la vida, sino también su descanso en la muerte.

Por Efraín Jaramillo Jaramillo*

 

Carlos Castaño: “¿Atentados a ciegas nosotros? ¡Jamás! Siempre hay una razón. Los sindicalistas, por ejemplo, impiden trabajar a la gente. Por eso los matamos”.
Bernard Henry Levy: “Bueno, y el jefe de los indígenas del Alto Sinú, ¿a quién le impedía trabajar él, ese pequeño jefe indio que bajó a Tierralta?”.
Carlos Castaño: “¡La represa! ¡Impedía el funcionamiento de la represa!”.
De entrevista de Levy a Castaño, para la Revista Semana

29 de mayo, 2021.- Este 2 de junio de 2021 se cumplen 20 años del secuestro y posterior desaparición de Kimy Pernía. Se trató de un acto vil que ultrajó al pueblo Emberá Katío del Alto Sinú. Con este crimen se buscaba liquidar las luchas de un pueblo que quería vivir bien y con dignidad, acorde con su cultura y tradiciones. Se trató de la desaparición de un líder indígena tradicional a quien sus ancestros, todos jaibanás y líderes espirituales de su pueblo le enseñaron que “hay que caminar con los otros y con el corazón”.

Hoy, como lo hemos hecho todos estos años, recordamos a este hombre rebelde que según la dirigente Emberá chamí, Eulalia Yagarí, “…alentó con su palabra y su acción a todos los pueblos indígenas de Colombia… a luchar porque en esta Nación, que también es la nuestra, tengamos un lugar donde podamos desarrollar en libertad y a plenitud nuestros proyectos de vida”.

Kimy, como lo reconoce el pueblo Emberá de Colombia, encabezó todas las contiendas por la defensa de su territorio, aquel espacio que es la garantía de la libertad y la independencia de un pueblo. Para ello Kimy, ingeniosamente, recurrió a la historia mítica de los Emberá Katío para extraer de ella los símbolos necesarios para organizar a sus comunidades, una práctica que realizó con éxito y le valió el reconocimiento de los indígenas, aún más allá de las fronteras de su resguardo Karagabí.

Kimy (...) se convirtió para los pueblos indígenas de Colombia en un símbolo de fortaleza, sabiduría ancestral, firmeza y nobleza

Kimy, nieto de Yarí, el gran Jaibaná embera katío, quien fundara los asentamientos katíos en el Alto Sinú, se convirtió para los pueblos indígenas de Colombia en un símbolo de fortaleza, sabiduría ancestral, firmeza y nobleza: Tenía el talante y fortaleza para encabezar las protestas contra la hidroeléctrica de Urrá, la sabiduría para orientar las negociaciones contra la empresa Urrá S.A, la firmeza para hacer cumplir los acuerdos y la nobleza de buscar ante todo el bienestar para su Pueblo. Por eso estuvo, junto al asesinado Lucindo Domicó Cabrera, al frente del Do Wa’bura (“Adiós río”). Lideró la suspensión del saqueo de los recursos naturales en su Resguardo Karagabí. Organizó las ocupaciones del INCORA en Montería, para presionar el saneamiento del Resguardo Iwagado —anterior reserva de Río verde— y acompañó a los gobernadores y autoridades indígenas en la ocupación de la Embajada de Suecia en Bogotá. Estuvo al frente de la Marcha Embera de Tierralta a Bogotá y en la toma pacífica del Ministerio del Medio Ambiente en Bogotá, donde demostró que la convicción y la resistencia podían doblegar a un Estado indolente.

En Canadá había denunciado al Gobierno colombiano por darle vida a una hidroeléctrica en el último relicto de bosque húmedo tropical del Caribe colombiano, una obra cara y absurda que solo era viable en la mente de políticos corruptos; en Washington visitó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para gestionar una protección especial para su pueblo. Un mes antes de su secuestro estuvo en Canadá, invitado por el Comité inter-iglesias canadienses, donde expresó su repudio al gobierno por haber instaurado un sistema, irrespetuoso de los derechos humanos de los indígenas. En fin, Kimy fue un incansable luchador por los derechos de su pueblo.

De un peritaje realizado por el Colectivo de Trabajo Jenzera para la Comisión Colombiana de Juristas, sobre la importancia de Kimy, se lee: 

“El contexto en el que se desarrolla la construcción de la represa de Urra es de una conflictividad extrema, debido por un lado a que el territorio indígena venía siendo intervenido por un conjunto de intereses económicos de diversa índole —madereros, agrícolas y ganaderos— que desplazaban otros usos de la oferta ambiental que tienen fines de subsistencia para la población indígena. Esta conflictividad se acentúa con la presencia en el Parque Nacional Natural Nudo de Paramillo y en el territorio indígena de actores armados ilegales —las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, y las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU—, en permanente confrontación por el control de este territorio (1). En este contexto, su vulnerabilidad también era extrema (2). Esta situación debería haber sido motivo suficiente para la intervención del Estado a fin de garantizarles todos sus derechos, empezando por el derecho a la vida, pues a partir de allí se iniciaron las violaciones a los derechos fundamentales de la población indígena.

Estas violaciones, conceptuadas por todas las fuerzas armadas, regulares e irregulares, como “daños colaterales” de todo enfrentamiento armado, tienen objetivos propios e independientes del conflicto armado interno colombiano. El “desarraigo territorial” de este pueblo sería un objetivo más, y no una consecuencia de las contiendas. Esto se deduce de los maridajes entre acciones armadas, despojos de tierras y legalizaciones amañadas de estas usurpaciones. Y es que a partir de la década de los años 80 irrumpe en el departamento de Córdoba una nueva clase empresarial ansiosa por invertir recursos provenientes del narcotráfico en tierras, ganadería, proyectos agroindustriales, extracción de recursos y otras industrias, que contribuyeron al desarraigo de la población. Por otro lado, la llegada de actores armados ilegales, interesados coincidentemente con estos empresarios, en modificar la estructura productiva de la región, desestabilizó más las economías familiares y arruinó la ya debilitada institucionalidad de la región.

El “desarraigo territorial” de este pueblo sería un objetivo más, y no una consecuencia de las contiendas

A estas presencias económicas y armadas que intervenían en la vida de los indígenas, afectando la reproducción de sus condiciones de vida y su gobernanza, le correspondía una exigua presencia del Estado en la región. Se trataba de una presencia formal, insuficiente para atender las urgencias de seguridad de este pueblo, y vacilante para defender los derechos que tienen a sus territorios y bienes ambientales (3), haciendo caso omiso de los estándares internacionales de derechos vigentes para esa época. Contrario al catálogo de derechos que ofrece el Convenio 169 de OIT, cuyo espíritu busca establecer relaciones de coordinación y cooperación entre los Estados y los pueblos indígenas, el Estado colombiano ha mantenido estructuras de subordinación hacia ellos, tal como se presentaban hace 100 o más años”.

Los hechos que nacieron de las iniciativas y palabras de Kimy, le granjearon la malquerencia de la clase política que gobernaba al departamento de Córdoba, de los madereros, y de todos los grupos armados que hacían presencia en el Alto Sinú. Sobre todo, de sus palabras, pues de acuerdo con la revista Semana, 

“El líder embera-katío Kimy Pernía Domicó incomoda a muchas personas porque sabe hablar. Sus palabras en su lengua o en español fluyen con facilidad y despiertan el espíritu de quienes las oyen. Por eso, para silenciarlo, tres hombres armados, al parecer pertenecientes a las autodefensas, se lo llevaron esposado el pasado 2 de junio de las oficinas del resguardo indígena en Tierralta, Córdoba. Pero fracasaron en su misión porque al secuestrarlo liberaron su mensaje, lo enviaron más allá de las tierras de los cabildos del río Sinú y el río Verde” (4).

Y es que cuando la dirigencia indígena reaccionó y organizó a sus comunidades para evitar la debacle que se avecinaba, fue que comenzó la ola de asesinatos selectivos, que cobró la vida a más de 20 indígenas, entre ellos los líderes más destacados: Kimy Pernía, Alonso María Jarúpia, Lucindo Domicó Cabrera y José Ángel Domicó. Hoy encontramos que es una población fraccionada territorial y organizativamente, con relaciones internas deterioradas, pese a que, hasta hace cuatro décadas, todas estas familias compartían prácticas económicas, territorios y recursos, y aunque no estaban exentas de dificultades, se encontraban construyendo un destino en común.

Con la desaparición de Kimy, el pueblo embera katío quedó acéfalo y comenzó a experimentar la desestructuración social de sus comunidades, sus gobiernos, sus instituciones, quedando muchas familias a la deriva; lo que ha conducido a que en el lapso de estas dos ultimas décadas, pasaran de ser dueños y señores de sus territorios, a ser cautivos y quedar subordinados a las fuerzas económicas —legales e ilegales— que instauran reglas y organizan a la población de acuerdo con sus intereses.

Hoy gran parte de la población embera del resguardo Karagabí vive por fuera de su territorio en un barrio deprimido de Tierralta, en condiciones miserables. En términos de derechos humanos esta situación puede ser calificada de etnocidio.

Quizás la desaparición de Kimy fue el “castigo” para el pueblo embera, por haberse rebelado contra los poderosos dueños de la represa y haber soñado con un futuro promisorio. Decimos “castigo”, pues no de otra forma se entienden las torturas hechas a Kimy. Se buscaba también lesionar la dignidad del pueblo embera y causarle daños en su capacidad para recomponerse, de suprimir su capacidad de resiliencia social y cultural, como efectivamente sucedió. Hoy gran parte de la población embera del resguardo Karagabí vive por fuera de su territorio en un barrio deprimido de Tierralta, en condiciones miserables. En términos de derechos humanos esta situación puede ser calificada de etnocidio.

En palabras de Sebastián Leal, cuando conmemorábamos los 10 años de su desaparición en la Universidad Nacional: 

“El daño a la comunidad es profundo. Por eso la mujer que canta rechaza, como lo he visto en otras víctimas del conflicto, cualquier tipo de reparación económica. Dinero en retribución les resulta una afrenta.

El asesinato de Kimy Pernía es mucho más que un asesinato. Los embera tienen su espacio de remanso después de la muerte y a ese lugar lo llaman “bâja”. Ese tránsito, que es tan primordial para sus hombres, no es posible sino después del ritual de despedida, que llaman “bewara”, y en ese ritual su cuerpo es indispensable. A Kimy no sólo le arrebataron a la fuerza la vida, sino también su descanso en la muerte.

El río, la vida, el punto de nacimiento del mundo embera, por esas paradojas crueles de nuestra realidad, es todavía la muerte de su memoria”.

Nunca supimos la verdad, nunca se le dijo país, a la comunidad internacional y especialmente al pueblo Emberá Katío del Alto Sinú, lo que sucedió con KIMY (5). Solo sabemos del grave daño causado a este pueblo.

A pesar de todas estas afrentas, los katíos de Karagabí no han caído en la tentación del odio y sacan la fuerza para mantener sus sueños de una vida futura en paz. Por eso han manifestado que harán todo lo que este a su alcance para conseguirla, no obstante tener claro que la consecución de la paz no puede borrar el derecho a saber la verdad en torno de lo sucedido a Kimy y a todos los dirigentes indígenas del Alto Sinú, que fueron asesinados o desaparecidos desde agosto de 1998.

Notas:

(1) Es un territorio estratégico desde una perspectiva militar y económica, por la cercanía al golfo de Urabá, por donde entran mercaderías y armas y se exportan drogas ilícitas.

(2) De todos los grupos de la gran familia embera, el embera-katío del Alto Sinú es el que afronta una mayor presión fronteriza por parte de agentes externos.

(3) El cúmulo de comunicados del Cabildo mayor Emberá Katío del Alto Sinú da cuenta de ello.

(4) Revista Semana: “El hablador”, 17 de junio de 2001

(5) Los primeros cinco años, con ocasión de su aniversario, le enviamos una carta al gobierno formulándole la misma pregunta: ¿Dónde está Kimy?  Esta pregunta sigue sin respuesta. Lo único concreto que sabemos hasta el momento, es que Salvatore Mancuso, comandante de las ACCU, hoy preso en una cárcel de Estados Unidos, manifestó a líderes embera, que el secuestro fue perpetrado por hombres bajo su mando, pero no bajo su responsabilidad, pues en ese momento se encontrarían en franquicia. En la última versión dice que fue el comandante Carlos Castaño quien ordenó “dar de baja” (sic) al dirigente, una orden que fue acatada y su cuerpo lanzado al río Sinú.

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* Efraín Jaramillo Jaramillo es miembro del Colectivo de Trabajo Jenzera.

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Fuente: Seminario Virtual Caja de Herramientas, edición 731 – Semana del 29 de mayo al 4 de junio de 2021: https://viva.org.co/cajavirtual/svc0731/articulo11.html

 

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