Por Roger Tunque
MIRevista Cultural, 6 de febrero, 2019.- “País pluricultural y multilingüístico”, “tierra de los incas”, “nación megadiversa”, son algunas de las expresiones que se escuchan con más frecuencia cuando se hace referencia al Perú. Sin embargo, el entusiasmo que todo peruano muestra para describir su tierra natal, se desvanece cuando se trata de integrar socialmente a todos aquellos que, por su procedencia o sus costumbres ancestrales, son víctimas de la discriminación desmedida.
Durante la semana previa a los Censos 2017, la pregunta número 25 (“Por sus costumbres y sus antepasados, ¿usted se siente o se considera…?”) de la cédula censal generó una gran polémica nacional, pero con mayor énfasis en Lima, ciudad capital que tiene una población de cerca de 10 millones de habitantes, la mayoría de ellos, provenientes de diferentes regiones del país.
Para entender mejor esta suerte de negacionismo cultural, recomiendo la lectura del libro No soy tu cholo del periodista y escritor sanmarquino, Marco Avilés. El texto es una especie de crítica y protesta social que busca visibilizar por qué los peruanos, en lugar de unirnos y reafirmar nuestra identidad nacional, buscamos encontrar en los demás detalles que permitan ejercer dominio o control social recurriendo a temas como el color de la piel, lugar de procedencia, centro laboral, ingresos económicos, nivel de educación, entre otros.
En este sentido, Marco Avilés da en el clavo desde el prólogo afirmando: “Este libro tiene otra urgencia, otro mensaje. Es una invitación a mirarnos en el espejo. No pierdas el tiempo ocultándote o recriminándote. Soy cholo, mestizo, mezclado. Las palabras no te hieren si aprendes a ponerlas de tu lado. Úsalas tú antes que otros. Soy indio, quechua, serrano. Vengo de las montañas y voy de regreso a ellas. Decirlo me ha dado energía. Ahora tengo los puños en alto. No soy tu cholo”.
Avilés, quien por su procedencia abancaína también se considera cholo, recoge la indignación colectiva y la plasma magistralmente empleando diversos recursos literarios. Así podemos encontrar narraciones desde sus propias vivencias como la vez que no lo dejaron ingresar a una discoteca en el distrito de San Isidro, pues, como plasma en el libro, iba con algunos colegas periodistas, cuando se demoró para acomodar su saco y revisar su billetera. Cuando llegó al umbral de la puerta, el personal de seguridad lo detuvo y le prohibió el ingreso: “perdón, la fiesta es privada”, le dijo. Sin embargo, todo cambió cuando mencionó el nombre de uno de sus amigos famosos que acababa de ingresar. El personal de seguridad no hizo más que ponerse a un costado y dejar despejado el camino para que Avilés pudiera ingresar.
El texto también recoge la indignación que causó el congresista de la República, Carlos Tubino, quien tildó de “sucios”, “mugrientos” y “mal vestidos” a sus colegas de izquierda. Para el sociólogo Guillermo Nugent, a quien cita Avilés para explicar este caso, el ataque de Tubino, no hace más que recordarnos el rol que se desempeñó en la sociedad oligárquica, donde en las haciendas, el patrón era el “señor inmaculado”, mientras los cholos, o en este caso sus siervos, eran los “cochinos”.
“No importa que ahora estemos mejor educados que ellos. Por definición, los racistas son incapaces de advertir su propia suciedad”, apunta el escritor sanmarquino.
Queda claro, entonces, por qué los peruanos nos indignamos cuando en la cédula censal nos preguntaron por nuestra autoidentificación étnica, ya que ello, llevó a preguntarnos de dónde somos y quiénes son nuestros antepasados. Para muchos migrantes provincianos, la mayoría de ellos pertenecientes a pueblos indígenas, todavía resulta difícil hacerle frente a esta incógnita, y no es justamente porque no se quiera manifestar, sino porque de hacerlo, pasan a formar parte del grupo históricamente discriminado.
Es justamente aquí donde el escritor abancaíno busca la visibilización y el empoderamiento de los grupos discriminados, a aceptar sus orígenes y a usar los ataques como un arma a favor, antes de que los otros los usen para reprimirlos.
“El racismo es un demonio familiar. Vive con nosotros, se sienta a nuestra mesa, se echa en nuestra cama, nos susurra al oído. Lejos de enfrentarlo, hemos aprendido a disculparlo, a convivir con él, a aceptar la discriminación en las escuelas, en la publicidad, en la televisión. Este demonio le dicta a cada quien, según su piel o su origen, cuál es su lugar y cuál no lo es. Es el Virreinato que todos llevamos dentro”, sostiene el texto.
Sin duda, esta es una gran oportunidad para que todos los peruanos leamos este libro de reflexión, análisis, y crítica profunda a nuestra sociedad. No esperemos a que alguien venga a maltratarnos valiéndose de sus privilegios, mirémonos en el espejo y sintámonos orgullosos de pertenecer a una nación pluricultural, multiétnica y multilingüística.
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