Servindi, 24 de diciembre, 2021.- El relato de José Luis Aliaga Pereira que compartimos en esta oportunidad no podría ser más apropiado para la ocasión: “Un sueño de navidad. El regreso”. Nostálgico, profundo, humano, Aliaga Pereira nos conmueve una vez más.
"La condición humana nos provee
de algo único entre los seres vivos,
cual es nuestra capacidad
de imaginar escenarios
distintos a la realidad que vivimos"
Por José Luis Aliaga Pereira*
Cogió su viejo maletín, compañero de infortunios, y bajó del ómnibus con paso lento; cansado. No era el largo viaje la causa de su agotamiento, sino la preocupación por su futuro y el qué dirán de las gentes.
Después de seis meses deambulando con el mismo traje, tocando puertas, pidiendo favores, regresaba de la gran Lima, derrotado. Sus familiares lo trataron bien; pero, Carlos Jeremías, ya no quería ser carga para ellos y retornaba al lugar de donde había salido con la ilusión de conseguir trabajo.
Las luces del pueblo no se diferenciaban mucho de las de la capital; sólo faltaban los semáforos, el ir y venir apretujados de sus gentes y el pasar veloz de los vehículos con el alboroto enloquecedor de sus bocinas.
Los adornos multicolores en puertas y ventanas eran idénticos; indiferentes; e idénticas también eran las monótonas tonadillas de las canciones que bombardeaban los oídos como si de alegría se vestiría el mundo al escucharlas y no existiera por ello la tristeza o soledad en algún corazón humano.
El ómnibus que lo condujo había llegado casi a la media noche, por una falla mecánica que lo retrasó dos horas.
Carlos Jeremías, trabajador desocupado, estaba en busca de oportunidades que no llegaban. Absorto en sus pensamientos, con su maletín al hombro, avanzaba por la calle El Comercio. Sus hijos, pequeños e inocentes, esperanzados, no escucharán explicaciones y su llanto será interminable. Su esposa lo esperará con el beso comprensivo de siempre. Pero, ¿y después?, ¿qué les dará de comer? ¿Y ahora esta fiesta que dicen es de los niños, de los pobres y afligidos?, ¿acaso no se ha convertido en alegría de ricos, en negocio y blasfemia?, ¿dónde están la caridad y la paz que tanto pregonan?
Con la mirada larga, Carlos Jeremías, traspasó las paredes de las casas y observó que en la suya se desplazaba la tristeza y soledad; quiso dar marcha atrás, huir; pero su corazón le dijo que no y continuó a paso lento; cabizbajo. Sus ojos húmedos estaban al borde del llanto. ¡Qué diferente hubiera sido si tuviera trabajo! Las bombardas y cohetecillos empezaron a sonar con más intensidad. Ya casi eran las doce.
Carlos Jeremías dobló la esquina. Allí estaba su casa. ¿Qué habrá pasado se preguntó? En las casas vecinas reinaba un silencio absoluto pero en la suya había luz, mucha luz y además música. ¡Si era su casa! Reconoció a sus vecinos en ella y, al instante, un tropel de personas salió a su encuentro: eran su mujer, sus hijos, los vecinos y el señor alcalde.
— ¿Qué pasó don Carlos? Pensamos lo peor —habló el alcalde.
— Sí; pensamos que ya no vendría, lo estábamos esperando —dijeron los vecinos.
— ¿Ha pasado algo? —preguntó.
— No don Carlos, nada. ¿Acaso no se da cuenta? ¡Estamos en navidad!
— Carlos Jeremías abrazó a sus hijos y esposa. No pudo contener el llanto.
— ¡No llores papá! —sus hijos gritaban felices.
— ¡Feliz navidad don Carlos… no se preocupe…nosotros comprendemos… verá que todo se arregla… sólo hay que tener fe, ya lo verá! ¡De ahora en adelante en nuestro pueblo todos los días serán navidad! —exclamó emocionado el alcalde.
Carlos Jeremías ingresó a su casa. Un grupo de pastoras entonaban canciones y villancicos y en un rincón el Niño Dios descansaba en su pesebre. A su costado, sobre una pequeña mesa, había panetón y chocolate.
— ¡Feliz navidad!, ¡feliz navidad!
Todos se abrazaron y sonaron las campanas de la iglesia. ¡Eran las doce de la noche! Carlos Jeremías exclamó:
— ¡Gracias, muchas gracias! ¡Éste es mi pueblo! ¡Navidad es compartir! ¡Navidad es de los pobres, es de todos los de buen corazón! ¡Qué viva la navidad!
Los regalos, las bombardas y cohetecillos casi no le importaron. Carlos Jeremías recobraba la fe y esperanza. El pueblo estaba cambiando.
----
* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
Te puede interesar:
El Hombre, relato existencial de Aliaga Pereira
Servindi, 12 de diciembre, 2021.- Esta semana compartimos un relato de naturaleza existencial que explora el tormento que puede provocar una crisis de conciencia.
AÑADE UN COMENTARIO