Hablando de ternas, cuento de Aliaga Pereira

Foto: Agencia Andina Foto: Agencia Andina

Servindi, 17 de enero, 2023.- En Perú se conoce como terna a los grupos de inteligencia táctica urbana de la policía nacional que visten traje de civil para ingresar en zonas delictivas y luchar contra la delincuencia.

En contextos de protestas ciudadanas los agentes terna se infiltran en las manifestaciones sociales con diversos propósitos que van más allá de identificar responsables de acciones de vandalismo. 

Según denuncian organizaciones sociales y de derechos humanos agentes terna son a veces responsables de desmanes para culpar a los manifestantes de acciones vandálicas o –lo que es peor aún– “sembrar pruebas” para proceder a la detención de ciudadanos a quienes no se les puede probar nada.

En esta ocasión, nuestro colaborador José Luis Aliaga Pereira nos entrega un cuento sobre el proceder de los terna, que resulta muy apropiado para el contexto actual que vive el país.
   

Hablando de ternas

Por José Luis Aliaga Pereira*

17 de enero, 2023.- La tarde no le fue fácil a Joselo. Tuvo que desplazarse junto a los manifestantes que en Lima reclamaban sus derechos. No era la primera vez que pisaba esta ciudad. Llegaba desde Cajamarca como comunicador del grupo. Lima estaba convulsionada a consecuencia de los dos golpes de estado que hizo ver al mundo un Perú que se desangraba por culpa de la corrupción en el congreso y la mentira de sus líderes que lo gobernaron. El primer "golpe", es decir el más fresco de este siglo, que jamás pensaron presenciar, fue un intento más que realidad del presidente que, horas antes de leer el mensaje a la nación que sorprendió a su entorno y al mundo, decía todo lo contrario, se preparaba para asistir a responder sobre el pedido de vacancia que solicitaba el Congreso de la República para retirarlo del cargo porque, en realidad, era un estorbo para su tarea de beneficiar intereses a las grandes empresas extractivas que estaban detrás de la elaboración de leyes y decretos favorables a un grupo de empresarios corruptos. El verdadero golpe vino después, bien planificado, con la traición de su vicepresidenta y la detención del profesor de escuela, un campesino que llegó a la presidencia y que no cedía a las presiones de la gran prensa para continuar con el pago millonario y mensual al que estaban acostumbrados con los anteriores gobiernos. Los empresarios, por su parte, convencían con "coimisiones" a la mayoría de congresistas que convirtieron a este organismo, junto con el Judicial y el del lnterior, en un oscuro poder que sometía presidentes y todo "estorbo" que encontraba en su camino de dominación y remate de recursos naturales. Al final, se pudo descubrir que él, el presidente detenido, era el único que no se sometió al poder del dinero como el resto de presidentes que recibieron coimas de empresas extranjeras y que, por ese motivo, algunos purgan cárcel, otros estan enjuiciados y hasta uno de ellos se quitó la vida.

Las calles sombrías de la capital peruana y un aire frío golpearon la cara de Joselo quien, poco a poco, se hizo a ese, para él, enrarecido ambiente. Los gritos, las idas y venidas fueron asimiladas por su viejo cuerpo y ya no se le hacía tan difícil escapar de los gases lacrimógenos que arrojaban los policías.

— Claro —se dijo preocupado por lo que le tocaba vivir—, vengo de otro clima, esto no es para mi edad. 

Tenía 60 años, pero, emocionalmente, parecía menor. Se detuvo en la esquina del Jr. Unión y La Colmena. Sacó su teléfono celular y respondió una llamada. 

— ¿Aló?, ¿sí? —era Manuel, su amigo, quien tenía que editar las fotos y los vídeos que Joselo había grabado ese día en la marcha. 

— Tengo la garganta reseca, me urge refrescarla con una bebida helada —le dijo como invitándolo para que lo acompañe. El amigo estaba lejos de Lima. Quedaron para el siguiente día. Joselo guardó el celular y caminó buscando un lugar en el que podía tomar algo que le haga sentir fresca su garganta. 

Más abajo, por el mismo Jr. De la Unión, en un local con gradas malolientes encontró una especie de sótano donde parroquianos bebían cerveza y, un hombre delgado, vestido de camisa blanca y pantalón negro, tocaba piano. A pesar de la voz ronca del cantante podía escucharse con claridad la letra de una canción, José Antonio, un vals creado por la artista limeña Chabuca Granda.

Joselo era muy precavido. Se colocó mirando la salida del bar, cubriendo su espalda contra la pared del local. Pidió una cerveza y se sentó pensando no demorarse mucho. No podía creer que él mismo esté, en ese momento, tomando en plena declaración de emergencia y, a pocos metros, donde se producían los enfrentamientos entre la policía y la muchedumbre.

En eso ve ingresar a dos mujeres que parecía haberlas visto en la marcha. Se sentaron en la mesa contigua, sin prestarle mucha atención. Una de ellas encendió un cigarro, mientras la otra lo miró con una sonrisa a la que Joselo respondió con una mueca. Dos tragos más y su botella terminaba. La chica del cigarro se acercó al pianista y pidió tocar una canción de Pablo Milanes, el hombre de camisa blanca aceptó encantado pero indicó que tenía que dejar una propina; disimuladamente la chica se retiró. Joselo se paró de la mesa y caminó tranquilamente hasta el artista del piano y dejó unas monedas. El piano comenzó a sonar. La voz del cubano fue imitada casi al cien por cien. La chica agradeció con una venia y mirada tierna a Joselo. Joselo sonrió y pidió al pianista interprete tres canciones más del mismo autor. Las chicas dijeron gracias y solicitaron, coquetas, acompañar en la mesa a Joselo. Joselo, un poco turbado, aceptó. Las risas y los vasos de cerveza continuaron... 

Un patadón en la puerta de la habitación del hotel donde Joselo dormía, lo despertó. De inmediato ingresaron varios guardias gritando groserías y ordenando que mantuviera las manos en alto. Confundido con lo que le pasaba, Joselo obedeció. Le parecía un sueño del que tuvo que despertar lo más pronto posible. En un santiamén resultó enmarrocado y en el calabozo de la sexta comisaría del lugar, en la avenida Alfonso Ugarte. 

— ¡Cómo no va a recordar nada! —gritó un bigotudo capitán de la policía—. ¿Seguramente que los dos maletines que tenía usted en el cuarto va a decir que no son suyos? 

Joselo miró los maletines que estaban al costado del capitán y lo único que recordó, como si los hubiera visto en una película, que lo sostenia un policía allá en el hotel en el que amaneció y que tampoco recordaba muy bien. 

— Fueron dos chicas —dijo Joselo—. Dos chicas que si las viera otra vez las reconocería al instante. 

— Ese cuento váyase a contar en otro lado —habló un hombre de terno oscuro al que si recordó porque lo vio salir del hostal junto a los policías.

— Se lo juro. No recuerdo nada, ni siquiera la hora en que salí del bar.

— ¿Esta cámara fotográfica y estos dos revólveres que encontramos en el interior del maletin, no son suyos? —preguntó el capitán. 

Joselo, poco a poco, iba despertando envuelto en una pesadilla. Miró las armas, la cámara fotográfica y a la persona que hablaba a quien imagino era el fiscal de turno. Dijo:

— La cámara fotográfica es mía; el resto de cosas, no.

— Bueno, todas estas cosas se encontraron en su maletin. El mismo empleado del hotel indica que usted ingresó cargando ambos maletines y que usted pagó el cuarto y que lo acompañaba una persona de sexo masculino quien dijo que era su amigo y se retiró. El análisis de sangre arroja que usted ha ingerido bebidas alcohólicas pero ello no indica que las armas de fuego y la cámara fotográfica no sean de usted.

Las protestas y detenciones en el país se incrementaron. Los medios de comunicación alternativos acusaban a las FF. AA. y FF. PP. de más de 45 asesinatos en la zona sur del país y también de detenciones arbitrarias, extra judiciales. 

Por su lado, la población que protestaba exigía la renuncia de la presidenta, nuevas elecciones generales y el cambio de Constitución Política, vía Asamblea Constituyente. 

Al verse arrinconado, el gobierno decretó estado de emergencia hasta en las principales vías de comunicación porque tenían la información que se desplazaban a Lima grandes contingentes de ciudadanos desde diferentes lugares del interior del país. 

Han pasado más de siete días de la detención de Joselo; según su abogado, es verdad que fueron dos mujeres las que lo doparon, lo llevaron al hotel y le sembraron armas, ya que sus imágenes figuran en las cámaras de seguridad de este lugar en el que la policía lo encontró en un operativo increíblemente rápido y efectivo. 

Solo faltaban declarar, el hombre del piano y el empleado del hotel.

 

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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendin, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».

 

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