Servindi, 6 de febrero, 2022.- Este fin de semana José Luis Aliaga Pereira nos comparte un relato sobre aquellos personajes devotos de la bebida que seguro es fácil identificar en cada pueblo del interior.
Está basado en hechos reales, aunque los nombres de los personajes han sido modificados pues si bien algunos gozan de la paz de Dios otros están vivos y presentes. Diríase "cualquier parecido a la realidad es pura coincidencia".
El relato está emparentado con otros del mismo autor que aluden a la ingratitud de los hijos.
¡Las ceras!
Por José Luis Aliaga Pereira*
— ¡Las ceras! ¡Solo faltan las ceras! —llegó gritando, alborotada, Crisálida, la empleada de doña Asteria que nunca hablaba en broma.
— ¿De qué ceras hablas muchacha? —preguntó la señora.
— Es don Tulio; ha muerto don Tulio. Está tendido en una mesa, cubierto con una sábana blanca, allá en la sala de su casa; pero —repitió—, ¡sólo le faltan las ceras!
En la esquina del Jr. Dardanelos y Jorge Chávez, vivía la hermana de doña Asteria cuyo hijo se llamaba Tulio. Allí, en su sala, que tenía una puerta que daba a la calle Jorge Chávez, tendido de espaldas, sobre una tosca mesa, cubierto con una sábana blanca, yacía don Tulio, con los brazos cruzados sobre su pecho, durmiendo el sueño eterno. Crisálida lo conocía muy bien, don Tulio llegaba a la casa porque era familia cercana. Incluso, era muy de su agrado ya que, en cierta oportunidad, Crisálida se había referido a él como el hombre indicado para su futuro esposo: “Si con este no me caso —la habían escuchado decir—, ya no me caso con nadie”. Y ¡tran! Me quedo sola a vestir santos.
Aquel día, como siempre, don Tulio amaneció al “corte” de ley como decimos en los pueblos del interior del país al acto de beber en ayunas el primer trago de aguardiente de cada día. Pero don Tulio no se contentó con uno, fueron dos; luego tres y así hasta que, al medio día, escucharon gritar a una voz desde la “acequia madre”, ubicada a casi la mitad de la falda del Huishquimuna, cerro tutelar del distrito El Huauco:
— ¡Tulio Alicanto ha muerto!... ¡Avisen a su familia!... ¡Tulio Alicanto ha muerto!...
Desde la plaza mayor del pueblo, los que tenían buenos ojos, alcanzaban a ver con claridad el cuerpo tendido de un hombre junto a una cerca de piedras.
Bastó que alguien repitiera lo que sus oídos habían escuchado para que toda la gente comenzara a aglomerarse en el centro de la plaza y, señalando el cuerpo, gritar:
— ¡Don Tulio ha muerto!... ¡Don Tulio ha muerto!...
La noticia voló como vuelan, desde los árboles, las aves al escuchar el disparo de un cazador furtivo de los que, felizmente, pocos se ven en estos tiempos.
Fueron dos los amigos de Tulio que iniciaron el traumático descenso cargando su cuerpo sobre sus hombros. Poco a poco el grupo se convirtió en tumulto que, muy alborotado, avanzaba escuchando la voz desesperada de uno de los cargadores que a cada paso repetía:
— ¡No respira y está frío! ¡No respira y está frío!
La madre de Tulio, enterada del hecho, optó por ir a la Posta Médica a solicitar pronta ayuda. Parecía entonar una canción cuando lloraba:
— Era el único hijo que me quería, Dios mío… ¿por qué me lo has tenido que quitar?
— ¿Y qué me dices del Próspero, del que está en Lima, ese también es tu hijo, no? —le decía una vecina, que acompañaba, para tranquilizarla.
Mientras tanto, el tumulto con el cuerpo de Tulio había llegado ya a la casa. Los amigos lo acomodaron en la mesa que la familia usa para servirse los alimentos. Una sábana blanca, ídem sudario, cubría el cuerpo.
Eran aproximadamente las seis de una tarde hora en la que hasta los perros, que corrían de un lado a otro, lucían tristes. Don Samuel, un profesor primario, vecino y familiar de la mamá de Tulio, subía la cuesta de la Dardanelos. Al verlo, una vecina, apuró el paso y le contó:
— Don Samuel,… ha ocurrido una desgracia con su tía.
— ¿Qué pasó? —le requirió muy preocupado don Samuel; pues, la madre de Tulio, era su tía madre.
Cerca a la casa, a cincuenta metros, más o menos, escuchó la voz su tía madre que, entre suspiros y llanto, decía:
— Mi Tulio ha muerto, ¡el único que me quería!
Don Samuel, familiar y amigo de Tulio, pensó: “Seguro que este cojudo otra vez se ha emborrachado y se le ha bajado la presión”.
— ¡Vamos, vamos! Si está muerto,… ni los médicos, ni nadie podemos hacer nada —afirmó don abrazando a la vecina que también lloraba desconsolada.
En la casa, el alboroto de la gente continuaba creciendo. El profesor ingresó abriéndose paso con dificultad.
— ¡Permiso!..., ¡permiso!..., ¡permiso!...
Levantó la manta que cubría el cuerpo y auscultativamente acercó su oído al pecho del infortunado. Levantando la voz, el profesor, exigió que dejen la puerta libre para que entre aire fresco. Se quitó el saco azul marino que llevaba puesto e inició la respiración boca a boca. Con sus dos brazos presionaba, una y otra vez, el pecho del difunto. De pronto éste levantó la cabeza y el medio cuerpo.
Todos rieron alborozados, ¡felices!.
La tristeza de la gente se convirtió en alegría.
Don Samuel se paró en el quicio de la puerta y, dirigiéndose a los amigos de Tulio, les dijo:
— ¿Cuántas veces les he dicho que no estén tomando como gafos?
En esos instantes apareció Crisálida gritando apurada:
— ¡Acá están las ceras! ¡Acá están las ceras! —llevaba entre las manos cuarto cirios blancos; al ver a Tulio sentado sobre la mesa, primero, agrandó los ojos; luego, cayó al piso como un fardo.
Ni la respiración boca a boca, ni el aire al ser abanicada, pudo volverle la vida a Crisalida.
Glosario:
Gafos: Tontos.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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