Luego de tres décadas de modelo transgénico, sectores del agronegocio reconocen los impactos ambientales y, lejos de la autocrítica, intentan apropiarse de la agroecología para seguir priorizando la rentabilidad por sobre la naturaleza y la vida. "La agroecología es una ciencia y un diálogo de saberes", explica el integrante de la Red de Agroecología del INTA.
Por César Gramaglia*
Agencia Tierra Viva, 25 de julio, 2023.- El agronegocio, ese modelo extensivo basada en una tecnología de insumos químicos, reconoce ahora –luego de muchos años de negación– los daños económicos, sociales y ambientales ocasionados en el territorio.
Y, al mismo tiempo, pretende perpetuarse y reproducirse mediante estrategias para maquillarse de verde. Intenta apropiarse de la agroecología y la utiliza como una simple caja de herramientas para buscar soluciones a los problemas que ellos mismos han contribuido. Pero la agroecología es otra cosa: una ciencia de base campesina y con diálogo de saberes.
En la Argentina, a partir de mediados de los años 90, se produce un crecimiento vertiginoso de la superficie agrícola basada en el planteo de la siembra directa, la utilización de eventos transgénicos, el empleo de fertilizantes artificiales para cubrir las necesidades nutricionales de los cultivos agrícolas y el uso casi exclusivo de productos fitosanitarios de síntesis química para el control de las malezas, las plagas y las enfermedades que afectan el potencial de producción.
Esta agricultura extensiva convencional con un enfoque industrial es sumamente ineficiente desde el punto de vista energético, social y ambiental. Para cubrir los requerimientos nutricionales de los cultivos se basa en la utilización de fertilizantes sintéticos, derivados del petróleo, con poca diversidad de macro y micronutrientes, altamente solubles y, en su mayoría, se tratan de insumos importados afectando la balanza comercial de Argentina, generando elevados costos económicos y ecológicos.
El consumo anual de productos fitosanitarios de síntesis química viene experimentando incrementos significativos y seriamente preocupantes durante las últimas décadas. Por ejemplo, a principios de los años ’90 se encontraba por debajo de los 50 millones de kilos/litros de agroquímicos por año.
Hoy ya supera los 500 millones de kilos/litros por año, con un fuerte predominio de los herbicidas, lo cual trajo aparejado la aparición de malezas resistentes a diferentes principios activos.
Esta agricultura de insumos químicos ha causado la degradación, erosión, compactación y empobrecimiento de los suelos de la región pampeana como consecuencia de una especialización productiva, lo que ha generado un balance negativo de la materia orgánica y de los macro y micronutrientes afectando la sustentabilidad de los agroecosistemas.
Durante los últimos 30 años, el consumo de fertilizantes artificiales y los productos fitosanitarios de síntesis química por unidad de superficie ha crecido aproximadamente unas doce veces más con respecto al incremento del rendimiento de los diferentes cultivos agrícolas.
Por ejemplo, en el año 1991 se aplicaban 1,95 litros por hectárea de agroquímicos, mientras que en el 2020 esa cantidad se elevó a 16,11 litros por hectárea.
En consecuencia, la cantidad de producto logrado (granos) por cada unidad de insumo químico aplicado (fertilizantes y agroquímicos) es cada vez menor, lo cual refleja claramente la alta ineficiencia del modelo de la agricultura industrial generando externalidades negativas sobre la salud de los alimentos, del ambiente y las personas.
En la actualidad, esta agricultura extensiva basada en una tecnología de insumos químicos reconoce los daños económicos, sociales y ambientales ocasionados en el territorio.
Pero, al mismo tiempo, pretende perpetuarse y reproducirse mediante ciertas estrategias tales como la "agricultura climáticamente inteligente", la digitalización de la agricultura y la intensificación sustentable.
Se trata de reinventar al agronegocio, ahora, con un maquillaje de color verde. Para ello, descubren a la agroecología y la utilizan como una simple caja de herramientas para buscar las soluciones a las problemáticas urgentes que padece el sistema agroalimentario global. Por ejemplo, mediante la utilización de los bioinsumos para el control de las plagas y las enfermedades que afectan a los diferentes cultivos agrícolas; el empleo de variedades transgénicas resistentes a ciertos herbicidas en rotación con especies de leguminosas; la incorporación de ciertas prácticas agroecológicas, tales como los cultivos de coberturas para capturar una mayor cantidad de carbono orgánico al suelo.
El desarrollo de una economía verde relacionada con el mercado del carbono facilitaría la expansión de la acumulación de las riquezas, la concentración del poder económico, la fijación de los precios internacionales y la monetización de los servicios ecosistémicos.
En realidad, la agroecología no se trata simplemente de aplicar un conjunto de “técnicas o recetas ecológicas” que permitirían mejorar la sustentabilidad de un agroecosistema.
La agroecología es una ciencia que se nutre de diferentes disciplinas, tales como la agronomía, la ecología, la sociología, la etnobotánica y otras ciencias afines y, además, reconoce y valoriza los conocimientos tradicionales de los agricultores facilitando un diálogo de saberes, un intercambio entre el conocimiento científico y el conocimiento empírico con el objetivo de aplicar los principios agroecológicos mediante la implementación de ciertas prácticas agronómicas para activar y restaurar los procesos ecológicos debilitados o perdidos.
De esta manera, se pasaría de una agricultura altamente dependiente de insumos externos a una agricultura basada en tecnologías de procesos.
Por este motivo, es necesario planificar un escalonamiento de la agroecología trabajando no tan solo a nivel de una parcela de cultivo sino, además, en el rediseño y el manejo de modelos productivos independientes de los combustibles fósiles, de bajo impacto ambiental, resilientes al cambio climático y multifuncionales para brindar diferentes servicios económicos, ambientales y sociales.
Por otra parte, es imprescindible desarrollar canales alternativos de comercialización de los alimentos procedentes de la agricultura familiar y campesina a través de los mercados de cercanía. Para ello, es fundamental la participación de los movimientos sociales para tejer redes y armar alianzas estratégicas entre los productores y los consumidores conscientes.
En definitiva, la agroecología permite abordar diferentes dimensiones, no solamente las técnico-productivas, con el objetivo de modificar el actual sistema agroalimentario dominante, corporativo, global, concentrado, extractivista y contaminante. La agroecología logra el desarrollo de comunidades sustentables desde el punto de vista económico, social y ambiental, con todos adentro, integrando las diferentes culturas, sin comprometer la evolución de la Tierra y de los seres humanos.
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* César Gramaglia es miembro de la Red de Agroecología del INTA (REDAE).
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