¿Rolex o rolexes? Cuento de Aliaga Pereira

“— Quiero que me compres un reloj como el de la presidenta. ¡Un Rolex! — ¡Nooo! —gritó don Eustaquio—. ¿Dónde has escuchado eso, quién te habló acerca de esa clase de obsequios?”

¿Rolex o rolexes?

Por José Luis Aliaga Pereira

11 de abril, 2024.- Esta era una familia que guardaba las costumbres. Aparte que cuidaba su riqueza, también lo hacían con su llamado abolengo. Pese a estar todo el tiempo juntos nunca perdían la compostura. La palabra más utilizada por ellos era Usted. ¡Pase usted, padre mío! ¡Después de usted! ¡Está usted muy hermosa está mañana, esposa mía! ¡El día de mañana, Elisa, no asistirá a clases; su institutriz sufre fuerte jaqueca!

Chofer, ama de llaves y otros empleados de casa también guardaban las costumbres y ropas de antaño. 

— ¡Buen día, señorita Eloísa! — el profesor saludaba, haciendo una venia, en señal de respeto, de cortesía.

Cuando, al colegio, llegaba un profesor o alumno nuevo; se admiraba de este comportamiento. No entendían por qué, en este tiempo, alguien tenía que inclinarse para saludar, mucho más el profesor a la alumna. Es por todo lo dicho antes que, don Eustaquio Altamirano, se escandalizó cuando su nietecita Bereniz, le dijo:

— Abuelo querido, ¿sabes que se acerca mi cumpleaños?

— Claro que sí, adorada mía, ¿Cómo olvidar ese día?

— En vez de realizar una fiesta familiar, quisiera algo diferente  —habló la niña estirando su falda con las dos manos, como si quisiera bailar, e inclinando la cerviz.

— Lo que tú desees, bella mía. Tu eres la princesa de la casa.

— Quiero que me compres un reloj como el de la presidenta. ¡Un Rolex!

— ¡Nooo! —gritó don Eustaquio—. ¿Dónde has escuchado eso, quién te habló acerca de esa clase de obsequios?

— Lo escuché en el colegio y el primo Salvatore también tiene uno, además, mi madre guarda dos relojes rolex en su alcoba y eso es para que obsequie a sus amistades, según dijo.

— Te voy a explicar, querida mía. No podemos rebajarnos tanto. ¿Salvatore, me dijiste, tiene uno?

— Pero, ¿por qué? —preguntó la niña—. ¿Por qué te molesta eso? Salvatore siempre usó uno; mucho más hoy que trabaja de funcionario en el Banco Central.

— Ahora esa pieza como regalo es una vulgaridad más. Lo usan los de baja estofa, los empleados de medio pelo.

Don Eustaquio era un banquero conocido, heredero de las riquezas más grandes que se hablaba en las altas esferas de la sociedad limeña. Un hombre influyente en la política del país.

— Esto, no puede ser —dijo—. Tengo que hablar con tu madre. ¡Qué  bochorno! ¿Cómo es posible que en la familia esté pasando esto?

Esa misma tarde, don Eustaquio, ingresó a la recámara de su hija.

— No lo puedo creer. Pensaba que el reloj que compraste de la distribuidora de mi amigo, era para ti, no para que lo obsequies a alguien por un favor.

— Ya te llegaron con el cuento. Si no descubrían lo de la presidenta Dina, a quien tanto admiras, no habrías dicho nada.

— Yo estoy donde estoy por mi capacidad. Pero tú regalaste algo a Salvatore por un puesto de trabajo. No es posible. 

— Sigues sin entender. Eso ha sucedido siempre. ¿Cuántos regalos reciben a diario los funcionarios y empleados para favorecer con algún favor para salvarse de algún trámite o juicio?

— Será el caso de ellos pero no de mi familia.

— Ya es muy tarde, querido padre. Ahora lo tienes que entender.

— Con razón, ese Salvatore, me mira estirando el cuello. ¿Acaso tengo que agradecer a mi subalterno? 

— No, pero tú no le hubieras dado trabajo al esposo de mi hija. Tu sabes que no es un excelente contador. Sabe algo, pero en nuestra familia no puede haber un empleaducho. Ahí lo tienes y nadie se mete con él. Todos callan porque así están las reglas; todos y todas, aunque no lo dicen los reglamentos, lo entienden. Tiene vara, murmuran. ¿Y ves cómo defienden a la Dina? Una incapaz, una traidora de su estirpe.

— Estirpe es una cosa y estatus, otra. No te confundas. Estirpe, es un estilo de familia o en qué estatus estamos nosotros?

— Te equivocas, Eustaquio. Las dos pesan igual. El que tiene poder, manda. ¿No lo ves? Mírate en el espejo. Callar es lo mejor. En esta crisis que nos envuelve, hay que utilizar a la chusma, chusma con chusma se entienden, pero principalmente se enfrentan por estar uno encima del otro  Ley de la vida, cholo.

— “Creo que estoy envejeciendo, carajo —pensó don Eustaquio —. Eso le pasó a Macera y hasta le increpé y el me dio mi siéntate quieto cuando me pregunto: ¿acaso no tienes espejo? — recordó Eustaquio”.

— ¡Despierta, Eustaquio! ¡Descubrirás las mentiras de todos ustedes, politiqueros!

Desde ese día, Eustaquio, miró con otros ojos a su hija pensando en Vargas Llosa, en Kuczynski, en la Pérez de Cuéllar y en los acomodados de más atrás...

— ¿Y yo pensando en el abolengo y el estatus? —se preguntó al mismo tiempo que se despedía de su hija, con una palmada en la nuca y una cómplice sonrisa —. Vargas Llosa, regresó a su raíz, haciéndose el cojudo  —dijo, finalmente, soltando una larga carcajada, al cerrar la puerta—. Jajajaja —y repitió—: ¡El Rolex, los Rolexes, que más da!

SOBRE EL COLUMNISTA
José Luis Aliaga Pereira

Nació en 1959 en Sucre, provincia de Celendin, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendín, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».



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