Buena parte de los pueblos indígenas y afrocolombianos del país, los así llamados “étnico-territoriales”, no manifiestan gran interés por el debate intelectual sobre los fundamentos filosóficos de sus movimientos. No hallamos en ellos serios debates en torno a los valores normativos de su propia tradición e historia.
Por Efraín Jaramillo Jaramillo*
8 de octubre, 2022.- Este texto se escribió hace un par de años para proporcionar insumos en el desarrollo del módulo “Gobierno, gobernabilidad y gobernanza” de la Escuela Interétnica para la resolución de conflictos, que orienta el Colectivo de Trabajo Jenzera con organizaciones indígenas y afrocolombianas del Pacífico colombiano. Tuvo por lo tanto una circulación limitada a los participantes de la escuela y algunos amigos. Hoy lo compartimos con los lectores del Semanario.
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En el ámbito de la política es de buen recibo el criterio, de que todo partido o movimiento social que aspire a emprender acciones colectivas en la sociedad ostente un íntegro y coherente “fundamento filosófico”. Es más, se reconoce que un partido debe ser valorado, tanto por sus programas, como por los principios filosóficos que lo rigen. Y lo que es muy importante: las orientaciones a su colectividad deben ser coherentes con la concepción filosófica que fundamenta su acción política.
Pero además de requerir una base filosófica, existe también el consenso, de que un partido político debe actuar con “criterio ético”, como expresa la máxima de Platón de que “la política es una realidad esencialmente ética”. Hasta hace poco se toleraba la separación entre ética y política, Pero hoy son pocos los políticos —ilustrados, por supuesto— que se atreven a sostener, como lo práctica Rodolfo Hernández y lo mostró Roy Barreras, sin sonrojarse, que es posible sustraerse de una ética social, al intervenir en asuntos que comprometen la vida de los ciudadanos.
Estos criterios no son de poca monta, si examinamos la crisis de identidad —y de credibilidad— que viene afectando a los partidos políticos de Colombia y sacudiendo a la sociedad. Y no es trivial, insistir en la necesidad de que los partidos políticos estén provistos de un fundamento filosófico que sustente su acción política y dispongan de una ética que la valide socialmente, para que la política deje de ser el terreno predilecto de las ideologías, las posverdades y la demagogia, que han ocasionado fenómenos tan lamentables como la corrupción, la delincuencia, la violencia, el narcotráfico y otros males que hoy afectan a la sociedad colombiana.
Hay que aclarar, sin embargo, que cuando hablamos de “fundamento filosófico”, no nos referimos a ideologías o doctrinas originadas en creencias absolutas, de acuerdo con las cuales todo cuanto sucede en la sociedad, sigue un camino previamente delineado por lógicas estructurales (1). No nos referimos entonces a dogmas que enajenan el pensamiento —“cuando se deja de pensar se empieza a creer”—, y es ajeno a una seria reflexión filosófica, discurrir sin argumentos sobre la realidad social, o dramatizar “falsos problemas”, utilizando “verdades a medias, para hacer creer que son importantes” (2).
Cuando se exige la excelencia en las acciones políticas de los partidos ajustadas a los parámetros de una “ética social”, se está demandando no aceptar, sin contrapeso alguno, que criterios como “utilidad” y “eficacia” en la praxis electoral —usuales en la “captación” de votos—, orienten la acción política. Esta es una lógica empírica y utilitarista que ha conducido en todos estos años a la degradación ética de los ciudadanos, que imponen convenciones —“arreglos” políticos, ofrecimiento de prebendas, chantajes, clientelismo, fraudes, compra de votos— que atrofian su visión política, conduciéndolos a elegir a quienes más tarde les van a birlar su futuro. Es en este sentido que Kant establecía la diferencia entre un político moral y un moralista político. Para Kant, el político moral actúa de acuerdo con normas vigentes. El moralista político, en cambio, “construye una moral para disculpar los principios de gobierno más contrarios al derecho” (3).
Es usual que liderazgos renuentes a fundamentar filosóficamente sus movimientos políticos, convoquen a los ciudadanos a través de sentencias, que, a manera de dictámenes, reducen la razón de ser de un partido a la capacidad de producir y divulgar símbolos y lemas, lo que lleva a que el dinamismo de la actividad política acabe siendo un asunto de técnicas de comunicación para llegar a la gente. No hace mucho que escuché —no sé si aún sigue siendo así— que el fundamento filosófico de un partido indígena colombiano, se basaba en “exhortar” a los ciudadanos a que acataran unos lineamientos morales, heredados del imperio Inca: Ama Sua, Ama Llulla, Ama Quella —no seas ladrón, no seas mentiroso, no seas ocioso, en quechua—, que son “mandamientos” de organizaciones arcaicas que sólo exigen obediencia y que nada aportan al pensamiento, a la búsqueda del saber, a la de-liberación, que es la forma de “liberar”—“sacar a la luz”— la verdad.
Buena parte de los pueblos indígenas y afrocolombianos del país, los así llamados“étnico-territoriales”, no manifiestan gran interés por el debate intelectual sobre los fundamentos filosóficos de sus movimientos. No hallamos en ellos serios debates en torno a los valores normativos de su propia tradición e historia. Estos debates se realizan por fuera del accionar político de sus movimientos, lo que lamentablemente ha conducido a que sea un reducido grupo de dirigentes,“poco”orgánicos al decir de Gramsci, con el apoyo de intelectuales “nada” orgánicos, pero solidarios con sus causas sociales, los que terminen orientando la acción política de sus movimientos, con relatos de notorio impacto popular —léase:“populista”—, pero de modesta calidad teórica. Son relatos saturados de ideas que tienen poca relación con sus realidades y sobre todo con grandes vacíos filosóficos. Son relatos que tienen una lectura ligera de la historia, cuya finalidad política es captar la adherencia de poblaciones dispuestas a la indignación, por la deuda social acumulada del Estado colombiano durante muchos años de exclusión.
Los partidos tendrían mucho que aprender de las mejores tradiciones políticas surgidas en tierras, como las alemanas, que han sufrido todos los experimentos totalitarios conocidos; tradiciones que enfatizan el valor de la crítica como actitud básica ante la vida en sociedad; son tradiciones políticas que amplían, a través de la formación en política, la capacidad crítica y ética de los ciudadanos, para alcanzar la madurez de “valerse de su propia razón” (Kant), además de la “fuerza explosiva del conocimiento y la reflexión” (Adorno) para negarse a ser movilizados —seducidos— por propuestas políticas que, como tantas veces en la historia, han manipulado a los ciudadanos, apelando a sentimientos profundos —religiosos, nacionalistas, étnicos, mesiánicos—, que no se fundamentan en análisis racionales, sino que satisfacen necesidades emocionales de solidaridad con causas de aparente justicia histórica.
Notas:
(1) La política es el espacio en donde debatimos sobre las cosas de este mundo de acuerdo con como ellas se van presentando y no como han sido prescritas.
(2) Rodrigo Ahumada: “El drama de la política chilena: la renuncia a la ética social”.
(3) Inmanuel Kant: “Hacia la paz perpetua”.
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* Efraín Jaramillo Jaramillo es antropólogo colombiano, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá, un grupo interdisciplinario e interétnico que se creó a finales del siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por la empresa Urra S.A. El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga fue dado a este colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.
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