
Compartimos un valioso testimonio y a la vez homenaje al gran médico tradicional (onaya) Antonio Muñoz Burga, del pueblo Shipibo-Konibo. El texto fue escrito por Luis Chávez Rodríguez, quien conoció de cerca el trabajo del querido y recordado Senenpani e incluso colaboró con él cuando fundaron la Asociación Cultural Pinojoni, enfocada en la difusión cultural y visualización de la problemática del pueblo Shipibo-Konibo.
El informe contiene una entrevista al maestro, probablemente, una de las últimas que concedió. Como médico tradicional, Antonio Muñóz, estaba muy preocupado por la situación de los indígenas, e incluso su hijo Rawa se salvó de morir de la COVID-19. Antonio Muñoz falleció pensando y trabajando con las plantas para buscar un atenuante a los efectos de la COVID-19.
Foto del autor: Luis Chávez Rodríguez, poeta y fundador de La casa del colibrí de Chirimoto, en Amazonas.
Homenaje al maestro Antonio Muñoz Burga
La comunidad de San Francisco de Yarinacocha, la voz del Onaya: Senenpani y la ceremonia del ayahuasca
Por Luis Chávez Rodríguez*
La comunidad nativa de San Francisco de Yarinacocha, Pucallpa, Perú
10 marzo, 2021.- La espiritualidad amazónica se organiza a partir del uso de las plantas y tiene en el ayahuasca el centro emisor de una fe, pero también de un conocimiento, como lo es la coca para el mundo andino y la hostia para el mundo cristiano, especialmente para el católico. Consagrar el pan ácimo equivale a ikarear el líquido extraído de la planta maestra. Desde este eje central, axis mundi, muchos pueblos indígenas amazónicos organizan no sólo su vida espiritual, que es la instancia más abstracta de una compleja cosmogonía, sino toda su cultura, que incluye aspectos como la alimentación, la salud, la educación, las leyes y todas las regulaciones que permiten el desarrollo de la vida, como en cualquier otro pueblo o nación por más pequeño o grande que sea su territorio.
El pueblo Shipibo-Konibo, integrante del grupo lingüístico Pano, que habitan a lo largo del río Ucayali y sus afluentes, es una de las culturas amazónicas más conocidas por el mundo occidental y son los que han divulgado con mayor amplitud la tradición espiritual en torno a sus plantas sagradas. De acuerdo a la información consignada por Alberto Chirif en su Diccionario Amazónico (2016), “Actualmente el nombre Shipibo incluye también a los descendientes de otras identidades, como los Conibo y los Shetebo. (…) En 1970 comenzaron a organizarse en federaciones para defender sus derechos. Su población actual se estima en unas 36,000 personas.”
En este contexto, la Comunidad Nativa San Francisco de Yarinacocha, ubicada a orillas de la laguna de Yarinacocha y a una corta distancia de la ciudad de Pucallpa (45 minutos en peque-peque y 15 minutos en carretera), podría ser considerada como la capital cultural de los Sipibo-Konibo. Esta comunidad, que es la más antigua, reconocida formalmente por el Estado peruano, tiene 106 años de fundación. El reconocimiento estatal, para los líderes de la comunidad, ha tenido históricamente y tiene en la actualidad un significado político importante, dentro del conjunto de estrategias de supervivencia física y cultural que las naciones originarias han sostenido frente al empuje colonizador de la cultura occidental.
Los shipibo-konibo forman parte de los pueblos que; a través de la práctica de su lengua originaria, su espiritualidad milenaria, su organización social y su cultura; ha logrado sobrevivir a múltiples invasiones en estos últimos 500 años. De tal modo que, logrando su integración oficial a una nación moderna como es el Perú, dieron un paso importante en su trabajoso afán de ser visibilizados como parte de la nación peruana. Un Perú que en la práctica, aunque no en su Constitución, es una nación de naciones, una pluri-nación que con mucho retardo trata a su vez de incorporarse a una comunidad internacional, preciándose de ser un Estado democrático moderno, cuya administración se desarrolla dentro de las normas y leyes nacionales y de los tratados internacionales.
San Francisco de Yarinacocha tiene actualmente alrededor de 1,300 habitantes y de acuerdo a la administración territorial peruana, se configura como un caserío dentro de la jurisdicción del distrito de Yarinacocha, provincia Coronel Portillo, región Ucayali. Entre sus líderes fundadores, hombres y mujeres, practicantes de la medicina tradicional y grandes conocedores de la plantas maestras de la selva amazónica, se hallan a Marina y Robina Barbarán, hijas de Barata, Teresa y Tita Soraida Agustín, Elisa Vargas, Herminia Bardales, Yoxan Habecho, entre muchas otras mujeres que conforman su patrimonio histórico. Entre los personajes varones de histórica recordación se hallan líderes como Martín Muñoz Pacaya, Salvado López, Juan y Vicente Agustín, el denominado, Papa Rawa, Yosi Xeka, Basilio López, Benito Arévalo, entre otros importantes personajes que forjaron la creación de esta comunidad.
Así mismo en San Francisco de Yarinacocha se tiene presente a grupos familiares procedente de antiguos clanes como las familias, Barbaran, Agustín, Muñoz, Varela, Pinedo y Fasabi, entre muchas otras familias que asumieron apellidos hispanos en su proceso de integración cultural al mundo occidental, pero que, dentro de su propia cultura, mantuvieron y mantienen sus nombres originales en su lengua nativa. En esta tradición de personajes notables, que son parte de la historia del pueblo Shipibo-Konibo y de tantas otras comunidades que van creciendo y fortaleciéndose aún en estos tiempos de crisis por la pandemia del coronavirus, se inscribe la memoria de otro líder shipibo, Silvio Valles Lomas, que llegó a ser alcalde del distrito de Masisea en la misma provincia Coronel Portillo y que ha pasado también a formar parte de la memoria política de su pueblo. El fue un líder que murió en sus funciones, tratando de frenar el avance de la Covid-19 y fue el primer alcalde, no solo shipibo, sino peruano en morir luchando contra la pandemia. De este modo, el shipibo, Silvio Valles, se ha convertido en uno de nuestros héroes nacionales, quien como muchos otros, están ofrendando su vida por el bienestar de los peruanos.
[Silvio Valles] fue un líder que murió en sus funciones, tratando de frenar el avance de la Covid-19 y fue el primer alcalde, no solo shipibo, sino peruano en morir luchando contra la pandemia.
Si los varones han manejado la tradición del ayahuasca en las comunidades shipibas, las mujeres son las expertas en el uso del piripiri, otra de las plantas importantes en la medicina, la espiritualidad y la cultura amazónica. Luisa Elvira Belaunde en su libro, Kené, Arte, ciencia y tradición en el diseño (2009), nos presenta un amplio estudio de la participación de la mujer shipiba en el uso de las plantas maestras vinculadas al desarrollo de aspectos estéticos y espirituales del pueblo shipobo-konibo. Con respecto a la energía que proviene del uso del Rao (plantas medicinales con poder) dice lo siguiente:
“Entre todas las rao, el ayahuasca (Banisteriopsis caapi) y el piripiri (Cyperus sp.) son dos plantas que tienen particular importancia en el arte y la cosmología porque, según los shipibo-konibo, tienen el efecto de hacer ver diseños en visiones. (…) Las mujeres ven kené en sus “pensamientos”, en sueños y en su imaginación, gracias al uso ritual de piripiri. También hacen kené: ellas materializan sus visiones de diseños pintándolos, tejiéndolos y bordándolos en los cuerpos, las telas y los utensilios. Es decir, las mujeres dan a ver sus visiones a los demás y plasman sus visiones kené a su alrededor y en su día a día. Los hombres, en cambio, ven kené en visiones de ayahuasca pero, por lo general, no hacen kené, no materializan sus visiones para que sean vistas por los demás en el día a día.”
Este complejo y riquísimo mundo de la cultura shipiba, que se ha organizado a partir del uso de las plantas, tiene en el médido o médica tradiconal a su conocedor más autorizado. Antiguamente, el médico tradicional conocido en occidente como “chamán” o “shaman”, no sólo trataba problemas del cuerpo sino también del alma e incluso también era quien comandaba actividades políticas, gracias a las visiones estimuladas por las plantas maestras. No sólo vivía en este mundo, sino también sabía movilizarse en los otros mundos que conforman el universo del ser humano en estrecha relación con lo no humano. En aquellos tiempos, ya míticos, que los maestros llaman el tiempo de la unidad o del Runi, donde las partes no disociadas del humano se correspondían armónicamente con las plantas y los animales, habían tres clases de médicos: los meraya, los onaya y los yobe. Los meraya o maestros del más alto nivel eran quienes podían manejar diferentes tipos de materialidad, pero ya se retiraron de este mundo y en la actualidad sólo habitan el mundo de los espíritus. Los onaya o médicos puente, son aquellos que tienen conocimiento y poder, pero sólo en el marco de lo humano. También estaban los yobe, quienes a diferencia de los anteriores, eran los brujos maleros, que en estos tiempos, también están desapareciendo, ya que la gran maldad moderna se ha propagado tanto que ya no hace falta un agente particular que cumpla con la generación de una pequeña maldad, como función reguladora dentro de la vida comunitaria.
En aquellos tiempos, ya míticos, que los maestros llaman el tiempo de la unidad o del Runi, donde las partes no disociadas del humano se correspondían armónicamente con las plantas y los animales, habían tres clases de médicos: los meraya, los onaya y los yobe
Uno de estos médicos tradicionales es el maestro, Senen Pani, Antonio Muñoz Burga, miembro de la Comunidad Nativa San Francisco de Yarinacocha. El es padre del artista plástico y músico Rawa Muñoz y de la lideresa, Mercy Muñoz Agustín, quien se desempeñó como Regidora del distrito Yarinacocha en el periodo 2015-2018. El maestro Antonio lleva cerca de 40 años desarrollando la medicina tradicional y ha expandido sus conocimientos tanto en Lima como en otras ciudades de Centro y Norteamérica, así como en Europa. Lo ha hecho personalmente, participando en múltiples congresos internacionales y a través de sus discípulos que en la actualidad se hallan en diferentes partes del mundo, haciendo uso de las plantas maestras de la Amazonía en el contexto de la Ceremonia del Ayahuasca.
Por iniciativa del maestro Antonio, conjuntamente con el psicólogo, Dr. Pío Vucetich y el sacerdote y filósofo Vicente Santuc SJ fundaron, en la década de los 90, el Instituto de Desarrollo y Salud Alternativa NIHUERAO y en los primeros años de este milenio en colaboración con el que escribe este artículo, creamos la Asociación Cultural Pinojoni. Las dos organizaciones tuvieron el objetivo de realizar actividades, tanto en San Francisco de Yarinacocha como en Lima, que posibilitaran un sistema de intercambio entre el mundo shipibo y el mundo occidental peruano. La primera enfocada en la medicina tradicional y la segunda en la difusión cultural y visualización de la problemática del pueblo shipibo-konibo. A través de estas organizaciones buscamos trasladar el conocimiento shipibo hacia el mundo occidental como medicina alternativa y al mismo tiempo extender la medicina occidental hacia las comunidades shipibas. Uno de los trabajos consistió en crear “botiquines rurales” con medicamentos básicos tanto de procedencia nativa como científica. Los voluntarios que trabajábamos en este proyecto buscábamos alternar las dos tradiciones medicinales, puesto que los medicamentos básicos, provenientes de la farmacopea occidental, podían ser muy efectivos para tratar enfermedades también provenientes del mundo occidental. Situación que en el marco de esta pandemia resulta evidente.
La voz de un Onaya: Antonio Muñoz Burga, Senenpani
Senen Pani es un Onaya que tiene una clara conciencia de que su conocimiento y su poder no sólo puede servir a la gente de su pueblo, sino también al mestizo y al occidental y que el conocimiento y el poder occidental también puede ser incorporado al mundo amazónico, puesto que enfermedades y prácticas que provienen del mundo colonizador no pueden ser tratadas en su totalidad desde el mundo indígena. En lo que sigue de este informe transcribo una entrevista al maestro Antonio para conocer, de modo directo, el mundo particular de su actividad, dentro del mundo medicinal y espiritual shipibo-konibo.
- ¿Cuál es el proceso de aprendizaje de un médico tradicional?
Esta profesión nace con cada persona y se transmite en las familias de generación a generación, antes cuando el abuelo veía que uno de sus nietos tenía condiciones, comenzaba a enseñarlo a partir de los seis meses, ikareando la leche materna. En mi caso empecé como ayudante de Martín Muñoz Pacaya, mi padre, quien ha trabajando tanto acá en nuestro Perú como en Colombia y México. Luego seguí mi aprendizaje con otro Maestro, quien me dio los poderes para trabajar de manera personal, prestando mis servicios de médico tradicional a la sociedad. Mi Maestro falleció a la edad de 81 años y yo fui el último de sus discípulos. A partir de los 12 años participaba en la ceremonia del ayahuasca, desde esa época me dieron las dietas que formaban parte de mi preparación. A los 18 años me recibí de Maestro y comencé a realizar trabajos individuales en mi pueblo.
- ¿Cuéntanos tus primeras experiencias como médico tradicional?
Hacía curaciones a mis paisanos y veía que mi trabajo tenía buenos resultados. En la selva a demás de las enfermedades tropicales están los problemas del mal aire o el hechizo del agua, aspectos que el hombre occidental no entiende. Luego fui a Lima. En esa época todavía era un maestro muy joven y por esa razón los pacientes no tenían mucha confianza, pero al ver que en mi trabajo no tenía ningún problema las cosas fueron cambiando. La primera paciente que tuve, en la ciudad, fue la hija de un abogado y gracias a la confianza que la mamá de la chica tuvo, pude curar a su hija.
- ¿Cómo fue tu adaptación a la ciudad, que dificultades encontraste?
Unos de los problemas que tuve en un principio fue la desconfianza, ya que muchos falsos shamanes pasan por las ciudades, con el nombre de Médicos Tradicionales y no son más que charlatanes, gente que solamente hace teatro en la calle con yerbas de la selva y que no tienen ninguna tradición directa, no son terapeutas. En un primer momento para la gente yo, quizá, era uno más de ellos, mi trabajo era dudoso. Luego, otro problema fue el lenguaje. Para comunicarme mejor con mis pacientes, tuve que aprender palabras de la psicología, de la psicoterapia, compartiendo con otros amigos profesionales con los que trabajé mucho tiempo.
- ¿Cuáles son las enfermedades más comunes que encuentras en la gente de la ciudad?
En Lima casi todos los males de la gente son psicológicos. Tienen problemas de inseguridad, de angustia, de soledad, de disociación, de insomnios y toda clase de traumas y depresiones. Son muy distintos a los problemas de la selva, por eso es que gracias a la experiencia he podido reforzar y hacer un afinamiento de mi trabajo para dar una mejor atención.
- Uno de los elementos centrales en tu terapia es el uso de la ayahuasca, ¿cuáles son las propiedades de esta planta?
El ayahuasca en una planta maestra psicoactiva, no es una planta alucinógena como se ha presentado a través de los documentales o reportajes. Otra cosa es el mal uso que se hace de ella. Su nombre científico es Banisteriopsis caapi y su composición bioquímica es la harmina y harmalina. Estos componentes son los que hacen que se reactive el sistema nervioso y energético. No es dañina sino al contrario, es una planta curativa tanto en el aspecto físico como psíquico y porque no decirlo en el aspecto espiritual, si se utiliza en el contexto que le corresponde. El terapeuta occidental basa su trabajo en los conocimientos que ha obtenido en la universidad, en cambio la herramienta de aprendizaje y trabajo de la medicina tradicional de la selva es el ayahuasca. Cuando uno toma el ayahuasca, esta planta maestra nos activa las potencialidades, nos amplia el estado de conciencia y nos permite ver y detectar los problemas del paciente, quien también ingiere el ayahuasca, produciéndose una sincronía. A través de lo que nosotros llamamos la “mareación” el paciente puede llegar a ver o sentir en forma de visiones sus propios problemas. El ayahuasca puede hacer que el hombre encuentre su verdad, se encuentre consigo mismo y conozca algo más allá de los límites de su yo.
- El pueblo Shipibo-Konibo y toda la Amazonía, ahora, esta pasando por momentos particularmente difíciles con la Covib-19. ¿Cuál es tu diagnóstico de la situación?
Esta pandemia para nosotros es una pandemia más de muchas que hemos vivido, pero ahora lo estamos viviendo con todo el mundo. Ahora todo el mundo puede saber qué es una pandemia que nos amenaza a todos. Por el contacto con los espíritus que tenemos con el ayahuasca sabemos que esta Covid es parte de muchas otras enfermedades nuevas que seguirán amenazando, pero sabemos también que la cura está en las plantas y en la práctica espiritual. Nosotros tenemos conocimiento y fe. Nosotros estamos usando desde antes de la pandemia las plantas, no sólo el ayahuasca. Ahora estamos reforzando, estamos preparando el cuerpo con lobocanero, chuchuwasi, ajo, limón, kion y el matico o cordonsillo. Estas plantas tienen el metamizol de la antalgina, tienen antiinflamatorios que ayudan cuando los pulmones están sufriendo. Nuestra medicina tradicional milenaria es una gran esperanza para el Perú y para el mundo, hay mucho conocimiento en ella, lo único que les pedimos es que nos respeten, respeten nuestra cultura, nuestro territorio y nos escuchen.
Por eso solicito a nombre de la nación indígena shipibo-konibo que las autoridades nos comprendan y nos den facultades a los verdaderos médicos tradicionales para poder prestar nuestros servicios y poder hacer trabajos interdisciplinarios. Pido también que las instituciones financieras y el poblador peruano en general nos ayuden ha realizar una reforestación y cuidado de nuestras plantas tradicionales como se ha hecho con la uña de gato. La humanidad está pasando por un momento de gran tormenta, esta pandemia es el resultado de una mala práctica, de un abuso contra nuestra tierra. El mundo moderno tiene que cambiar su modo de vivir, su modo de pensar. No tiene que cambiar su estructura, no quitar su conocimiento acumulado, pero sí abrirse a otras prácticas milenarias en vez de ignorarlas. Tenemos que entender que todos somos hermanos y tenemos las mismas necesidades elementales. El hombre es cuerpo, es energía y es creación. Los médicos, los profesionales tienen que ser, no sólo profesionales, sino también personas espirituales, no se puede manejar las cosas únicamente desde la cabeza, para tener buenos resultados, tiene que estar presente también el corazón.
La ceremonia de la ayahuasca
Cuando el atardecer del trópico ha cedido todos sus encantos a la noche y el manto oscuro se ha extendido desde las sombras de los árboles hasta el más descampado paraje, penetrando incluso en las miradas de los animales que acechan en el bosque, la mesa está dispuesta para la ceremonia de la ayahuasca.
El centro de la ceremonia es una bebida que se obtiene de la planta maestra llamada ayahuasca y su compañera la chacuruna. En ellas habitan los espíritus mayores de las plantas del bosque. Los participantes toman este líquido de color marrón oscuro, textura espesa, sabor dulce-amargo y olor a ofrenda vegetal en una dosis precisa que el maestro conductor les sirve a cada uno. Previamente, el hombre medicina, conversando con el convocado, ha echado una primera mirada en su paciente y le ha prescrito una rigurosa adieta , de este modo sabe cual es la justa medida de la “toma”, para que una vez ingerido el brebaje lo conduzca paso a paso en la escala, a veces inhóspita, de su alma.
La dieta previa ha hecho que los cuerpos tengan una buena disposición para recibir a la planta maestra. Al poco tiempo, después de hacer la toma, cuando las luciérnagas puntean la oscuridad con su chispa de fuego y los chirridos de los grillos rasgan los murmullos oblongos de la selva, los cuerpos aligerados se relajan y sintien un leve enfriamiento. Se inicia, entonces, la comunión entre los asistentes, que sin dejar de ser ellos mismos, son también el grupo.
El ejercicio de interiorización al que te introduce la toma de la sustancia ceremonial se inicia con una serie de asociaciones, recuerdos, proyecciones, preocupaciones y todo ese revoltijo anímico que muchas veces nos oprime. Luego llegan las primeras visiones en forma de una compleja geometría de líneas fosforescentes y zigzagueantes que producen un vértigo de movimiento acelerado.
Se da paso luego al momento en el que se experimenta la condición fragmentaria a la que nos obligan los regímenes de la vida cotidiana. Es el momento de la fragmentación y de la “mareación”, el momento en se que expulsa el mal. Aquí el cuerpo busca desprenderse de los excedentes físicos y anímicos, de las tensiones y miedos que se materializan en forma de fluidos intestinales y en la tensión excesiva de los músculos y tendones disgregados en fragmentos irreconciliables. Vienen entonces las arcadas que te obligan a expulsar de modo físico y anímico, a veces de modo brusco e incómodo todo lo que impide la calma y el vuelo simbólico que el participante de la ceremonia está a punto de emprender. Es la parte donde las plantas maestras limpian el organismo de todo aquello que ha maniatado el movimiento libre y armónico de los cuerpos en unidad con las almas.
Cada pueblo ha conservado este legado, adaptándolo a los sonidos de su lengua y a la mitología de su linaje como un canto que condensa los insondables sonidos de la selva
Después de la batalla, el cuerpo recupera su calor y entra en la etapa de las visiones. Mente y emoción emprenden un recorrido biográfico en donde aparecen en forma de imágenes los recuerdos más inquietantes que nos han marcado la vida. Imagen tras imagen se revisa de modo acelerado la trayectoria personal en contraposición con la quietud y el letargo de los órganos, músculos y huesos que reposan tendidos en la maloca. Durante este momento de la ceremonia, el maestro curandero, médico tradicional, hombre medicina, entona los cantos sagrados llamados “ikaros”. Canciones eternas que de padres a hijos, generación a generación, a través del estímulo de las plantas medicinales, se han trasmitido entre las milenarias culturas amazónicas. Cada pueblo ha conservado este legado, adaptándolo a los sonidos de su lengua y a la mitología de su linaje como un canto que condensa los insondables sonidos de la selva. La disposición de las imágenes pueden darse de modo ordenado en secuencias o de modo caótico en imágenes fantásticas. El maestro, premunido de un mapacho y atento al efecto de las visiones, monitorea al paciente con un ikareo individual y con abultadas bocanadas de humo del tabaco, que a estas alturas de la ceremonia se suma, con su espíritu protector, a este momento de encuentro y de unificación.
Los ikaros son melodías repetitivas y penetrantes que el maestro canta durante la ceremonia. Si la “mareación” llegara a un vértigo difícil de manejar, los ikaros ayudarán a pasar la tempestad. Con estos cantos, de modulaciones agudas, suaves y delicadas por momentos, que se alternan con sonidos graves y marciales, el maestro renueva a cada momento y durante toda la noche su conexión con el grupo y con cada uno de los asistentes. Estos cantos sagrados se realizan obedeciendo a una estructura de inicio, medio y final: un canto de apertura, que a la vez encapsula al grupo en una capa protectora, luego vienen una serie de cantos de desarrollo y finalmente se termina con un canto de cierre.
El mensaje que transmite el canto final se conoce como “arkano” y es un seguro protector en forma de melodía, que el acólito llevará hasta la siguiente ceremonia y, dependiendo de su trabajo de seguimiento interior, lo acompañará durante toda su vida.
.-.-.
Coda para un hasta pronto, para un hasta siempre, hermano
Senenpani es el nombre en Shipibo-Konibo-Shetebo de Antonio Muñoz Burga, uno de los médicos tradicionales muy conocidos y queridos para los suyos y para sus amigos. Un médico naturalista de esa cultura milenaria que no será exterminada, si la conciencia del humano se expande, siquiera un poco. Él era mi amigo, mi hermano y mi maestro, murió la semana pasada, el 2 de marzo de este segundo año de la gran pandemia. Su muerte, me mató un poco a mí también y por eso estoy muy triste y quiero entrar al monte a perderme por unos meses, junto a mi cascada preferida para volverlo a encontrar. Sé que ahora Antonio estará jugando, traviesamente trasmutado, entre los espíritus que aún habitan en el bosque, en las cascadas y que su sonrisa amiga se escuchará por siempre en las aguas que se fragmentan para caer perpendicularmente, juntándose de nuevo, en el remanso de su propia piel.
En este tiempo de la COVID 19 estuve en contacto con él. Después de muchos años de separación, hicimos planes para juntarnos de nuevo y seguir con nuestra lucha, que cada uno por su lado había seguido sosteniendo, para balancear un poco, siquiera, este mundo de iniquidades y que tanto a él como a mi nos golpea en nuestro centro, haciéndonos perder por momentos el equilibrio. Cuando hablamos en junio, gracias a nuestra hermandad, fue como si no hubiera pasado el tiempo. Hace muchos años, cuando hice la ceremonia del Ayahuasca por primera vez con el maestro Antonio, me dijo que íbamos a ser hermanos en este y en los otros mundos, que en nuestra sangre ya corría la misma combinación de sustancias químicas y energéticas, pues así fue y así será.
“Maestro Senenpani”, “Onaya Senenpani” significa, "energía curativa suspendida verticalmente sobre la materia, emanada de ella y que retorna para penetrarla, para fecundarla una y otra vez". Esa era la aproximación conceptual del término en español, a la que llegamos en largas conversaciones a la orilla de la mama Yarinacocha. Una abstracción que sintetiza de modo completo, en dos palabras, todo el pensamiento mítico no occidental y occidental, que ha dado pie a la mayoría de las religiones y filosofías a través del tiempo en todo el planeta. A inicios de este milenio fundamos, en Pucallpa, en la Comunidad Nativa San Francisco, una organización que la llamamos: “Pinojoni”, con la misma idea aglutinante, frecuente en su lengua materna para dotarla del poder que emerge de la palabra exacta: “colibrí-hunamo”, “hombre-colibrí”, en español, y que les le ocurrió al mismo Antonio, después de la lectura que hizo de un poemario, “La caza del colibrí”, que yo había publicado en aquellos años.
Durante esos días del terrible 2020, casi 20 años después, hacia junio, su hijo Rawa Muñoz Agustín se enfermó con la Covid-19 y convocamos a las amigas, amigos, a los hermanos y hermanas, y nos unimos de nuevo, como antes, para colaborar. Rawa sobrevivió a la pandemia, en parte por el tratamiento que le hizo el maestro y está ahí para seguir la tradición de su padre y la de sus abuelos y del abuelo de su abuelo. Rawa está ahí junto a su madre Adela Agustín y junto a sus hermanas y hermanos, está ahí para seguir trabajando junto a ellas y junto a toda la comunidad para lograr la vida digna que se merecen, como todos los peruanos. Estamos ahí para seguir luchando incansablemente contra el lado oscuro, contra la intromisión arrogante y ambiciosa del mundo occidental que los cerca a ellos, que nos acorrala a todos. Esa es la estrategia. Entonces, le hice una entrevista, para retener en este mundo su palabra, que adjunto en este testimonio.
Pinojoni
pino es colibrí en lengua shipiba
colibrí, picaflor, q’inti en quechua
jempe en awajún
y en momentos de la creación
cuando la tierra sólo era un desierto
había solo una flor
entonces el eterno sol
se desprendió una chispa de luz
lo convirtió en pino
y en un destello lo echó a volar
cuando el pino llegó a la tierra
se enamoró de la flor
y aunque sabía que luego tenía que volver al sol
el pino fecundó a su amor
así fue como creció el primer árbol
así fue como se multiplicó el color
entonces el pino al ver el nuevo plumaje de la tierra
ya no quiso volver
joni significa humano
y en otro momento
cuando no había gente
aunque sí, ya, muchos árboles y flores
el sol envío a otro pino
para buscar al que se perdió
en la tierra pino macho y pino hembra
se unieron como en el sol
así fue como nació el pinojoni
viendo esto, el sol les dijo a sus enviados
que podían quedarse a vivir entre los árboles y las flores
pero que ya no podrían mantener su eterna condición
porque todo es frágil en la tierra
frágil y efímero
como un colibrí
como una flor
así fue como nació la humanidad
---
*Luis Chávez Rodríguez es poeta y fundador de La casa del colibrí de Chirimoto, en Amazonas, una asociación civil fundada en el 2006. Trabaja con un sistema de voluntarios, recibiendo y movilizando estudiantes y profesionales para realizar proyectos en áreas de educación, arte, organización comunal, saneamiento, agricultura y medioambiente.
Te puede interesar:
Pablo Macera entre la realidad y la ficción
Foto: El Peruano
Este 9 de enero se cumple un año del fallecimiento del historiador peruano Pablo Macera, quien fundó el Seminario de Historia Rural Andina (SHRA). Como homenaje, compartimos el testimonio del poeta Luis Chávez Rodríguez, quien muestra un perfil de Macera a partir de los años que laboró con él. Seguir leyendo...
Añadir nuevo comentario